domingo, 24 de agosto de 2008

Los deseos imaginarios del Trotskismo (I)

Nuestro país parece ser bastante pródigo en la producción de militantes y partidos trotskistas. ¡Sí!, ¡hablo en serio! No podría jurarlo, ni sostenerlo con pruebas empíricas, pero pocos países en el mundo deben contar en su sistema partidario con tantos partidos trotskistas como existen en Argentina y esto debiera tener alguna explicación.

Entre los grupos más conocidos y activos se encuentran el Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS), el Movimiento al Socialismo (MAS), el Partido Obrero (PO) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) con sus diversas escisiones. Además de estos, existen otros partidos políticos menos conocidos que, también, participan en las elecciones nacionales. A saber, la Liga Socialista Revolucionaria (LSR), la Izquierda Socialista (IS); el Frente Obrero Socialista (FOS) y la Convergencia Socialista (CS).

Distintas alianzas entre estos partidos encabezan importantes centros de estudiantes y federaciones estudiantiles secundarias y universitarias, fundamentalmente, en Buenos Aires. Pero además, durante los años 90, Argentina ha sido el primer país de América Latina en contar con un congresista trotskista, Luis Zamora, en aquella ocasión referente del MAS. Hoy, solitario líder del primer partido vecinalista neotrotskista: Autonomía y Libertad (AyL), que ha obtenido sorprendentes resultados en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

A diferencia de otras tendencias, los trotskistas cuentan con una gran desventaja. En una supuesta mesa donde se sentaran los representantes de las más diversas ideologías que alguna vez hayan gobernado un pedazo de tierra y dirigido a un colectivo humano, podríamos encontrar una fauna numerosa y diversa: comunistas, stalinistas, leninistas, marxistas, castristas, guevaristas, maoistas, eurocomunistas, incluyendo a los defensores del socialismo vietnamita, yugoslavo, libio, chino o rumano.

Desde otra perspectiva, pero en la misma mesa, podríamos encontrar populismos y neopopulismos de distinto cuño, republicanos y monárquicos, liberales y conservadores, neoconservadores y neoliberales, socialdemócratas diversos, laboristas, nacionalistas, regionalistas, verdes, sionistas, islámicos (chiitas y sunnitas), budistas, católicos y demócratas cristianos, fascistas, nazis, neofascistas y neonazis y seguro que algunos otros que me olvido.

A pesar de las notables diferencias que existen entre estos grupos, todos ellos tienen algo en común: En algún momento, en un tiempo y espacio determinado, están en condiciones de aportar un ejemplo de gobierno que puede considerarse un referente de su ideología. Esto significa que se plasmó como opción de gobierno y desde allí modeló una sociedad (o intentó hacerlo), siguiendo los lineamientos previstos en dicho corpus ideológico.

Sin embargo, nunca pero nunca, hubo un Estado trotskista, ni siquiera por 5 minutos. Y esto puede estar relacionado con la misma trayectoria vital y política de su líder, León Trotsky. Estirando un poco las ideas de Maurice Duverger, podríamos afirmar que la forma en que un movimiento nace (como la infancia de un ser humano) influencia decisivamente los acontecimientos del resto de su vida.

Nadie sabe como hubiera sido la URSS liderada por Trotsky. Trotsky fue derrotado políticamente y luego asesinado mediante una conspiración urdida por Stalin. Fue tan bestial la política stalinista que podríamos arriesgar que, casi cualquier otra cosa, incluyendo al trotskismo, hubiera sido mejor que lo efectivamente hecho. Pero, a ciencia cierta, no lo sabemos. Y ahondar en “como hubiera sido si” sería ingresar en el mundo de la historia contra fáctica, tan atractiva como estéril.

Así, el trotskismo se convierte en una comunidad imaginada, utilizando el término acuñado por Benedict Anderson. La “comunidad imaginada” se define por la veneración de una mitología fundacional que se revive cotidianamente a través de distintos ritos que, una y otra vez, remiten a este momento mítico que no es posible superar y que condiciona cualquier presente. En la cabeza de los trotskistas, una y otra vez Stalin asesina a Trotsky y una y otra vez la conspiración del poder es la culpable de colocar al trotskismo en el terreno de lo que pudo ser (pero no fue).

El trotskismo se vuelve un movimiento utópico por excelencia. Sólo existe en la imaginación de cada uno de sus seguidores. Cada trotskista puede imaginarlo como lo deseé. “Imagina tu propia sociedad trotskista”. Al ser un grupo unido básicamente por la imaginación, se vuelve también más proclive a la ruptura y al disenso, también a las grandes frustraciones. Es que la imaginación es una práctica más bien individual y por ello pocas veces se logran materializar deseos imaginarios masivos, al unísono y satisfactorios para todos los soñadores. La realidad es el principal obstáculo de la imaginación.

Y este condimento de insatisfacción permanente se vuelve una característica propia de los trotskistas, por esto, sus huestes son fundamentalmente adolescentes e intelectuales. Además, ambos grupos generalmente están alejados de las rudas exigencias de la realidad y también, por eso mismo, hay tan pocos obreros y pobres trotskistas, más acostumbrados a lidiar con las penurias del presente que vivir esperando la concreción de fantasías recurrentemente incumplidas.

El trotskismo no puede apoyarse en “lo que fue” porque nunca ha sido. Y en esa vinculación melancólica con su referente, es que el trotskismo se vuelve un fenómeno fundamentalmente porteño y en su crisis identitaria y conspiracionista, profundamente argentino. Seguramente esto no alcanza para explicar minuciosamente el fenómeno, pero como decía el personaje de la “Chimoltrufia” de Chespirito “hay cosas que ni que”.

lunes, 18 de agosto de 2008

¿Sincero o Senil?

En el Diario Clarín del domingo pasado (10/8), apareció un breve reportaje al dirigente del PJ, Antonio Cafiero. El ex gobernador es uno de esos dirigentes que no acostumbran a decir muchas cosas novedosas y repite un mismo discurso, pleno de lugares comunes, desde hace más de 40 años.

Sin embargo, cuando vi el título del reportaje lo releí varias veces porque pensé que estaba leyéndolo incorrectamente o, que el periodista había hecho una edición malintencionada, para perjudicar al ex ministro de Perón. El título en cuestión rezaba así: "Cleto estuvo bien como ciudadano; como peronista es un traidor". Sin ingresar en la polémica acerca del voto no positivo o de la filiación política del Vicepresidente, la lectura literal de las declaraciones de Cafiero, al menos, asombra (por su sinceridad, bastante menos por su contenido).

Y es que el longevo dirigente plantea sin pudor que existe una contradicción directa entre los intereses de un buen ciudadano y los de la organización justicialista. Ergo, a la inversa, si Cobos hubiera actuado mal como ciudadano, hubiera estado bien como peronista.

Cafiero no cuestiona a Cobos por el sentido profundo de su voto. Es más, plantea que el Vicepresidente actuó correctamente como ciudadano. Cafiero pone en palabras lo que los demás han callado y define así una concepción de la política. Lo que se le espeta a Cobos, sencillamente, es que rompió los códigos del grupo. Cobos es un traidor por no entender que ha llegado hasta ese cargo por generosidad de la familia y es a ella a quien debe lealtad en primer término. Cobos es Cleto, porque al abandonar la familia, también pierde su apellido.

Ya se sabe, no hay nada más lindo que la familia unida.

viernes, 15 de agosto de 2008

El domingo 10 de agosto, ADN, el suplemento cultural de La Nación publicó un reportaje a Beatríz Sarlo titulado "La democracia es gris; no se puede vivir en democracia con un relato épico". Los análisis de Sarlo son muy buenos, sobre todo, porque no se entretiene en los fuegos de artificio discursivos, sino que se concentra en el nudo del problema: la cuestión del poder. Quiero reproducir algunos párrafos sobre el lugar de la historia en la politica del presente muy atinados para la coyuntura actual.

BS: No hay que ignorar la historia, pero es errado hacer política presente convocándola porque se empiezan a confundir los protagonistas y detrás de la familia Miguens veo a la familia Martínez de Hoz y detrás veo a la dictadura militar y así. Y entonces el escenario presente y el diseño del paisaje presente se me pierden. Por eso creo que es errado. Pero cuando la historia está convocada y se acepta esa convocatoria, como fue el caso de los intelectuales kirchneristas o filokirchneristas -para evitar las palabras progresista y peronista-, cuando esa historia queda convocada, el conflicto se parte por donde lo partieron ellos. Yo no lo partiría de ese modo.

P: ¿Partir en el sentido de dividir?

BS: En el sentido de que los bandos en conflicto se parten por allí. Yo no lo partiría de ese modo. Sobre la base de lo que hizo la Sociedad Rural en 1930, 1955 o 1976, yo no encararía ningún diseño de política. Y no porque tenga la menor simpatía por la Sociedad Rural, sino porque no me parece que la política tenga que ser definida mirando hacia atrás al mismo tiempo que se mira hacia delante. La política no es un Jano bifronte. La política es creatividad hacia adelante, sin ignorar lo que ha sucedido y tomándolo en cuenta, pero sin alinear a los protagonistas respecto de un pasado. Porque yo no quisiera ser alineada como miembro del Partido Comunista Revolucionario prochino, del cual fui miembro hasta los cuarenta años. Quisiera ser alineada con mis transformaciones ideológicas y políticas en los veinticinco años que siguieron. Alinear a un protagonista respecto de ese pasado me parece inaceptable, y a un gobierno le impide construir una política, un sistema de acuerdos. Lo que el Gobierno hizo fue emblocar a los actores y dar todas las condiciones para permitir que se creara un frente antigobierno.

sábado, 9 de agosto de 2008

Breve pero contundente

No existe ninguna posibilidad que me despierte para ver al equipo de futbol de Basile/Batista a las 6 AM de un día domingo (ni de cualquier otro). Digno símbolo del país que tenemos, nuestra selección de futbol atrasa 20 años, reniega de la táctica y la estrategia y cree que nos salvaremos gracias a nuestra pureza esencial y/o un golpe de suerte de algún hombre providencial. Volvé Bilardo y perdónanos again.

viernes, 8 de agosto de 2008

De intelectuales, cartas abiertas y firmantes profesionales

En los últimos tiempos hicieron su entrada en la escena política los “intelectuales K”. Como todo grupo progre que se precie, el kirchnerismo también exhibió su propio (y nutrido) grupo de personas autodefinidas como intelectuales. Para su presentación pública elaboraron un manifiesto de apoyo al gobierno conocido como “Carta abierta”, que hizo delirar, sobre todo, al (no tan nutrido) grupo de lectores de Pagina 12.

Más allá de valorar el contenido del manifiesto (cosa que seguramente haré en otro post), me sorprendió la gran cantidad de “intelectuales” que firmaban el documento en cuestión. Argentina parece haberse vuelto productora de dos productos que no consume con frecuencia: soja e intelectuales. Y es que la carta es firmada por 750 – autodenominados – intelectuales! Más allá que lo que abunda no daña, la inflación de este tipo de figuras pareciera hacer necesario que reflexionemos sobre el concepto mismo de “intelectuales”. De este modo, se podría tener más clara la definición sobre una categoría que ha generado múltiples debates desde todas las tendencias y disciplinas.

No quiero entrar en el debate sobre la definición de intelectual, que ya ha ocupado muchas páginas de la literatura sobre estudios culturales y políticos. Sin embargo, quisiera elegir tres características que difícilmente pudieran ser discutidas a la hora de definir conceptualmente al intelectual. En primer lugar, un intelectual debe dominar un conocimiento técnico y poseer una capacidad de reflexión asociada y desarrollada por la práctica sistemática de su conocimiento particular. Si esto fuese así, hay que reconocer que entre los firmantes de la carta, la mayoría de ellos parecen ser reconocidos exponentes de sus áreas disciplinares y profesionales.

En segundo lugar, y fundamental para distinguir un intelectual de un buen profesional, es necesario que ese conocimiento este fuertemente vinculado a una practica política o, al menos, se encuentre cruzado por altas dosis de contacto con la realidad social en la que se inscribe. Si esto fuera así, ya se nos caen varios de la lista. A no confundir, un buen critico de cine no se convierte en un intelectual por el hecho de tener algunas posiciones progres (o porque escriba textos sobre el cine francés o sea un especialista en la obra de Raymundo Gleyzer).

Tercero y último, un intelectual debe tener una relación conflictiva, desconfiada, al menos ambigua, con el poder, particularmente, con el poder que más daño ha causado en la historia de la humanidad, el poder del Estado. Esto no implica convertirse en anarquistas ni mucho menos. Las relaciones con el gobierno deben poner en guardia a los intelectuales, que buscan preservar una independencia de criterio imprescindible para mantener una permanente visión crítica de la realidad en la que actuan.

Si esto fuera así y esta independencia fuera un elemento importante, la lista ya nos queda más flaca. Primero, porque este gobierno no ha demostrado ser muy proclive a admitir la existencia de diferencias y criticismo en su seno. Segundo, porque al ser empleados (en un sentido literal y no valorativo) del gobierno de turno, muchos de los firmantes no parecen poseer la independencia de criterio necesario para convertirse en la “conciencia crítica” de una sociedad necesitada de voces que manifiestan otras formas de concebir al poder, distintas a las del Gobierno y también a los grupos económicos que se le oponen.

Si bien el precio de los intelectuales en el mercado externo no ha tomado los valores de la soja, bien se les podría aplicar ese chiste tan comun en algunos países donde abunda la comunidad argentina. El mejor negocio es comprarlos por lo que valen y venderlos por lo que creen que valen.