domingo, 18 de noviembre de 2012

Lecciones de la Historia escolar


El viernes 17 de noviembre estuve en la sede porteña de la Universidad de San Martín para asistir a unas jornadas académicas sobre las elecciones en la Argentina (siglos XIX y XX) organizadas por mis colegas -y amigas- Sabrina Ajmechet, Marianne González Alemán y María José Valdez.

Si bien se desarrollaron a lo largo de todo el día, yo llegué para escuchar una parte del panel final en el que coincidieron Waldo Ansaldi, Luciano de Privitiello, Marcelo Escolar y Darío Roldan. Ansaldi es un historiador devenido en sociólogo y Escolar un geógrafo vuelto politólogo. Los otros son dos clásicos exponentes de la academia de la Historia de nuestro país. Así que la mesa prometía, a priori, algún debate multidisciplinar pero, finalmente, ofreció mucho más que eso. Como llegué tarde, no pude escuchar a Ansaldi pero si a los restantes. Los tres oradores mostraron por qué son profesionales de primera línea. Mientras que la presentación de De Privitiello fue detallada y enfática, la de Roldan me pareció bastante aburrida.

Escolar, mezclando su estilo provocador y su mirada “dura” de la ciencia política, puso énfasis en algunos aspectos del análisis de las reformas electorales que no habían estado presentes en los otros ponentes (la cuestión de la formula electoral). Pero el debate llegó al momento de las preguntas.


Posiblemente, algo me perdí en el camino porque muchas de las intervenciones del público dirigidas a Escolar me parecieron como….. excesivamente ampulosas, incluso, en un tono de voz demasiado elevado para una recoleta ocasión como aquella. Cuando Escolar retomó la palabra, ya estaba más “picante”, hizo una apelación metodológica a los historiadores, señaló algunas carencias que él creyó haber detectado en los discursos y la falta de comunicación con la literatura politológica.


En las diversas idas y vueltas, Escolar señaló cierta falta de conceptualización de los problemas presentados y, frente a cierto “provincianismo” -palabra mía no de él- afirmó que algunas acciones políticas se podían observar en diferentes escenarios, incluso en Alfa Centauro. Así, los conceptos, en ocasiones, podrían “viajar” y convertirse en herramientas explicativas en diversos terrenos, científicos o geográficos, sin soslayar las particularidades que cada uno de ellos tenga. Al mismo tiempo reafirmó lo dicho anteriormente sobre la necesidad de construir puentes de dialogo entre la Historia y la Ciencia Política y que en esa ocasión no se habían utilizado.


Mientras Escolar hablaba, no pude dejar de reflexionar en lo escuchado hasta el momento. Efectivamente, mucho de lo dicho había transitado el camino de lo descriptivo pero, además, con un tipo de inferencias que, si bien pudieron basarse en sesudos estudios de archivo, no dejaban de dotar a las presentaciones de cierto anecdotismo (X en realidad pensaba que esto le iba a salir así y le salió de otro modo).


Roldan pareció despertarse con las palabras de Escolar y respondió que a veces no se podía tender puentes porque eso afectaba el núcleo duro de cada disciplina. Un joven de atrás de la sala pidió la palabra y apuntó directamente a Escolar, señalando que esa idea que los conceptos “viajen”, incluso hasta Alfa centauro, era ahistórica. Pero en el momento en que me dio ternurita fue cuando afirmó que los historiadores tenían muy en cuenta la construcción de conceptos ya que siempre……. los citaban a pie de página. Escolar retomó la palabra y caballerosamente dijo que eso daba para una discusión epistemológica más profunda (aunque seguramente pensó que el joven necesitaba recursar el taller de tesis).


Claro, ese debate no podía tener un resultado único ni cerrado. Cada uno se trajo y se llevó sus ideas y yo también las mías, que paso a describir. Algunos historiadores caen en cierto vicio descriptivo, enamorados de los descubrimientos realizados en sus trabajos de archivo (ese sayo también me cabe, al menos en parte). Y es que problematizar una investigación tiene dos niveles. Uno que está vinculado con la investigación en si misma y que es producto, por ejemplo, del trabajo de archivo o en campo. Pero luego, hay otra dimensión, que se vincula con problemas más generales y con el estado del debate y las agendas que son propias de la academia de las distintas disciplinas.


La primera parte de la investigación tiene sentido científico si puede aportar algo a la segunda dimensión. Entre otras cosas, eso nos diferencia de Pigna.


Roldan le cargó (injustamente) a la ciencia, sus propias carencias metodológicas o de formación al afirmar que no hay puentes entre la Historia y la Ciencia Política al hablar de…. reformas electorales! Es imposible –y pretensioso- no dialogar con los politólogos en estos temas. Y para hacerlo hay que utilizar –incluso críticamente- los conceptos que se han construido anteriormente. Y esos conceptos no son solo notas a pie de página, hay que aplicarlos en el análisis, tienen que influir en el producto final. Sin esa comunicación no hay ciencia posible.


Al finalizar el evento, uno de los participantes (muy prestigioso) salió conmigo de la sala y compartió el ascensor. Me dijo que estaba sorprendido por la reacción corporativa de los historiadores y su falta de manejo conceptual. Si la producción se vuelve endógena (solo debate y discute con quienes comparten un mismo espacio académico), pierde su poder de intervención en los debates científicos. El inútil mamotreto llamado jornadas interescuelas es la máxima expresión de ese dialogo de sordos.


Justamente estas jornadas resultaron interesantes porque los organizadores fueron lo suficientemente abiertos para darle un lugar a la diferencia dentro del mismo ámbito de discusión. No se buscó un final cerradito ni celebratorio para auto felicitarse por lo hecho. La discusión del final fue el cierre merecido de unas jornadas que todos coincidieron como de alto nivel y productivas y como le dije a @ajmechet, una publicación sería un más que interesante corolario para lo allí discutido.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Cría cuervos............


Las palabras del diputado nacional peronista Andrés “cuervo” Larroque fueron inesperadas protagonistas de un día donde se aprobó la ley para permitir el voto a los menores de 18 años. El diputado de la agrupación kirchnerista “La Campora”, se “robó” la atención posterior de medios de comunicación –oficialistas y opositores- y de los partidos y dirigentes políticos al punto de, hablarse más de él y sus dichos, que de la flamante ley y sus posibles efectos.

¿Qué dijo el “cuervo” Larroque? Pues una desaforada catarata de adjetivos descalificativos contra las demás representaciones parlamentarias, en particular, contra la del Partido Socialista, a quien –injustamente- calificó como “narco socialistas”. Esto provocó la retirada indignada de los opositores, poniendo en peligro el quórum para tratar la ley, lo que fue finalmente salvado por la hábil muñeca de Agustín Rossi.

La histérica reacción opositora hubiera tenido algún sentido político si con ella se buscaba deslegitimar la ley. Pero no era el caso. La oposición estaba dispuesta a votarla, como lo han hecho –a veces unos y a veces otros- con casi todos los proyectos que salieron de las usinas políticas de la casa de gobierno.

En medio del escándalo, algunos parecían creerse la reencarnación de Alfredo Palacios y solo les faltó batirse a duelo con el diputado de sobrenombre córvido, por el honor mancillado. Lo único llamativo es que socialistas y radicales aun se muestren sorprendidos, como si la actitud de Larroque fuera la excepción y no la regla. El oficialismo ha degradado a muchos dirigentes opositores -en el recinto y en los medios- contando con el silencio de la oposición en general y de la socialista y su Frente progresista, en particular.

En mi opinión, la diatriba de Larroque no fue producto de un “exabrupto” o un exceso de alguna sustancia química (como sugirió estúpidamente Van der Koy en TN), sino de una estrategia calculada. Al kirchnerismo ya no le sirve una oposición que vote todo lo que propone el oficialismo. En realidad, Larroque les dijo otra cosa: “no voten más con nosotros!!”, “sean opositores!!” “apunten al 46% que está vacante de representación”, y fue eso lo que enervó a la oposición. De ese modo los opositores light eran expulsados –momentáneamente- del paraiso progresista del 54% que el FAP y la UCR desean desesperadamente integrar y representar, no solo por ser mayoritario, sino por tragarse el relato K de que ese es el colectivo de la buena gente.

El viejo Vicente Saadi solía decir “sino tienes una oposición, hay que crearse una”. Y en estos momentos el kirchnerismo necesita una oposición, mucho más que votos en el congreso (que le sobran). Los K necesitan que los opositores dejen de suspirar  por perder el electorado “progresista” y contengan a sectores que amagan con ganar la calle sin ningún liderazgo ni control.

El 8 de Noviembre será la próxima marcha contra el gobierno luego de aquella primera, numerosa y sorpresiva manifestación a Plaza de Mayo. Sin líderes (visibles), convocada por las redes y sin una agenda única, la movilización de la semana que viene será el colorario para decidir la estrategia de los K ante el 7D, pero también, el termómetro que mide a una palida oposición que, casi 10 años después del primer triunfo K, aun no encuentra su lugar.