sábado, 21 de noviembre de 2009

¿Civilización sin ley? (Una respuesta a Eduardo Valdés).

El artículo de Eduardo Valdés publicado por el diario Perfil el sábado pasado descubre gráficamente las creencias del autor pero también la de importantes sectores de la política y la opinión pública sobre el papel de la ley y la justicia en la vida social.

Retomando una denuncia judicial realizada por el senador Gerardo Morales sobre la supuesta omisión en la rendición de dineros públicos que le fueran otorgados a la dirigente social Milagro Sala, el mencionado autor se propone restarle legitimidad apelando, principalmente, a dos argumentos que me interesa deconstruir y analizar detalladamente.

El primero de ellos estaría relacionado con la calidad moral del denunciante. Según el ex funcionario grossista y kirchnerista Valdés, el pasado delarruista del denunciante Morales sería un impedimento a la hora de exigirle cuentas a terceros, aun cuando estas exigencias fueran pertinentes.

Valdés, defensor de la familia de la médica cubana Hilda Molina, cree razonablemente que ésta puede exigir el respeto a sus derechos fundamentales al Estado cubano a pesar de haber sido durante años una importante pieza del sistema castrista. Sin embargo, al mismo tiempo, niega a Morales el derecho a apelar a la justicia en función de una “portación de pasado” que, por supuesto, a él no lo alcanzaría a pesar de su ecléctico currículo político.

Al finalizar el artículo el autor se entusiasma con la posibilidad de aplicarle a Morales una ley que sirva para juzgar su paso por la función pública olvidando que si la misma ley se aplicará a él por el conflicto con Botnia (sucedido cuando era Jefe de Gabinete del entonces canciller Rafael Bielsa), su destino podría ser más complicado que el del senador radical.

La justicia, desde este punto de vista, sólo sirve para ser aplicada a los demás, a los otros, ya que la subjetividad propia es la única vara que puede medir la responsabilidad política o legal. Se pone en práctica así el dicho de un olvidado dictador latinoamericano “para mis amigos, todo; para mis enemigos, la ley”

El segundo argumento presentado por el abogado Valdés es que las instituciones formales que regulan el uso de fondos públicos carecen de importancia y deben ser aplicadas en función de la eficiencia con que fueron usados. En este caso, considerando la altísima eficacia que la denunciada (Milagro Sala) habría logrado gastando los dineros que el Estado nacional le facilitó, no haría falta ningún tipo de rendición de cuentas ni control por parte del organismo que otorgó el dinero.

A favor de este último argumento, el peronista Valdés presenta una elocuente serie de cifras que no quedan claro de donde fueron obtenidas y que en nombre de la defensa de los pobres justificarían la construcción de un Estado paralelo en la provincia de Jujuy, gobernada por su propio partido en forma ininterrumpida desde 1983. La paradoja esta a la vista. El PJ conduce el Estado formal desde la gobernación y también el paralelo, mediante los fondos públicos que aporta el Estado Nacional.

Detrás del discurso expuesto en el artículo se encuentra uno de los dramas argentinos: la creencia muy extendida que las formas y el fondo de las políticas públicas son elementos contrapuestos. Más que cuestionar la arbitrariedad en el ejercicio del poder o la ilegalidad de determinados actos cometidos por el Estado nacional o provincial, se critica que esa arbitrariedad no coincida con las creencias ideológicas o los intereses que cada grupo defiende coyunturalmente.

Que le pregunten al respecto a los bloques legislativos de la centroizquierda, felices cuando el Estado arbitrariamente nacionalizó el fútbol o Aerolíneas e indignados cuando se les aplicó a ellos la excluyente ley de reforma política. Cuando la arbitrariedad es la norma, más tarde o más temprano, la sentencia de Bertolt Brecht se cumple, pero ya es tarde.

El jurista Carlos Nino afirmaba que argentina era un país extraño porque, finalmente, obtenía peores resultados violando la ley de los que hubiera podido conseguir respetándola. Luego de años de golpes militares, terrorismos de Estado, corrupción, privatizaciones y estatizaciones irregulares, parece increíble que los argentinos no hayamos aprendido que son tan importantes las cosas que se hacen como la forma en que se implementan.

En la publicidad estilo soviética del Canal 7 aparece un spot donde la presidente Fernández afirma que pocas veces, como ocurre hoy en América Latina, los presidentes fueron tan parecidos a sus sociedades. En lo que a nosotros respecta, no deja de ser un diagnóstico que, de ser cierto, clausuraría cualquier optimismo por el futuro inmediato.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Las imbecilidades y sus consecuencias

Como todas las mañanas de los días Domingo, comencé a leer la columna de Javier Marías en el diario español El País. Si bien el artículo estaba dirigido a la realidad española, no pude menos que relacionar sus primeros párrafos con la situación social y política de Argentina.

Me limito a transcribirlo y quien quiere oir, que oiga. Votantes del PJ, abstenerse, no lo entenderían.

"Causa sonrojo insistir en las cosas que a uno le parecen evidentes y que hasta hace poco se lo parecían a la mayor parte de la población. Pero vivimos en una época y en un país tan irrazonables que ya nada se puede dar por sentado, ni siquiera la capacidad para asociar las causas con los efectos, o las imbecilidades con sus consecuencias. Es como si hubiéramos perdido –hablo en términos generales– esa facultad fundamental, y con ella la de prever lo que las iniciativas o decisiones o prácticas necias pueden traer consigo [...] No hace falta explicar cuál será la consecuencia de tamaña ignorancia".

domingo, 8 de noviembre de 2009

Félix Luna (1925-2009)

Días pasados murió el historiador Félix Luna. La amplia cobertura de la noticia por los distintos medios de comunicación dan una idea de su importancia pública. Félix Luna no sólo fue un profesional de la Historia, fue un intelectual en el sentido integral del término, casi al estilo renacentista: Historiador, abogado, editor, periodista, artista, funcionario público, participó de la vida cultural de su tiempo sin despreciar la política ni ocultar su ideología.

Hizo de la divulgación histórica su marca registrada. Fue un adelantado a la hora de considerar la biografía como un documento con rigor histórico y de utilizar los comics como instrumento para llevar la Historia a los más chicos. “Todo es Historia” es aun hoy una revista imprescindible para los amantes del género pero, también, fue un posible comienzo para que estudiantes y egresados recientes pudieran hacer sus primeras publicaciones.

A diferencia de su vulgar sucesor, Felipe Pigna, nunca transformó su obra en un Mc Donalds de la historia, ni se convirtió en un personaje mediático e inaccesible, por el contrario, son comunes los testimonios sobre su excelente talante y generosidad.

Recuerdo siendo estudiante, haberle pedido una entrevista para una revista estudiantil a lo que se prestó sin ningún tipo de problema, respondiendo cada pregunta como si yo fuera periodista de algún medio importante. De sus libros, probablemente “el 45”, “Soy Roca” y la biografía de Hipólito Yrigoyen fueron los más logrados. Sin embargo, el que más me impactó fue “Conversaciones con José Luís Romero”, indispensable para los que deseen convertirse alguna vez en historiadores.

Para mí, lo más llamativo de su trayectoria fue la combinación de su actividad profesional con una amplia faceta artística. De la sociedad con Ariel Ramírez nacieron La Misa Criolla (1963); Los Caudillos (1966); Mujeres argentinas (1968) y Cantata Sudamericana (1971). Entre sus 28 canciones, seguramente, la celebre “Alfonsina y el mar” estará destinada a perdurar junto a su nombre.

Sin embargo, tanto talento y reconocimiento no permeó a la historia académica ni a sus “progresistas” representantes. Hay motivos para eso. Félix Luna no era un hombre de izquierda, no incluía desmesuradas retóricas setentistas en sus trabajos ni consideraba a la Facultad de Filosofía y Letras el centro del saber mundial. Sobre todo, jamás se consideró un Juez con competencias absolutas sobre el pasado ni a la Historia como un arma para arrojar en la cabeza de quienes disentían con él.