lunes, 22 de julio de 2019

La democracia en América Latina. En la contraola.



1974, hace ya 45 años, Portugal y Grecia ponían fin a sus regímenes autoritarios y además inauguraban una larga cadena de cambios que, al año siguiente, terminó de democratizar Europa occidental con la célebre transición española.

En 1978, el fenómeno cruzó el Océano Atlántico y llegó a República Dominicana, donde terminó con las pretensiones continuistas de los herederos del Chivo Trujillo, y luego, de allí, pasó a Ecuador. En los años subsiguientes las transiciones abarcarían toda la región: Perú, Honduras, Bolivia, Argentina, El Salvador, Uruguay, Brasil y Guatemala fueron la primera tanda. La caída del muro de Berlín facilitaría las cosas y los restantes países comenzarían su tránsito hacia la democracia a partir de 1989.

De distintas formas, la democracia se impuso en todo el continente menos en la sempiterna dictadura de los Castro, que hasta hoy parece inmune a tendencias y cambios globales. Paralelamente a lo que ocurría en América, algunos países africanos, asiáticos y de Europa del Este iniciaban el mismo recorrido. Un símbolo de aquel momento fue el fin del régimen sudafricano del apartheid y la llegada de Mandela a la presidencia el 10 de mayo de 1994.

Un cambio global de esa magnitud ocurrido, además, en el marco del fin del comunismo generó un fuerte optimismo. Esto se vio en la confianza de importantes sectores de las élites políticas e intelectuales para creer, no solo en la solidez de las transformaciones, también en que el futuro traería una suerte de progreso indefinido. En algún caso, se llegó a definir esto como el fin de la historia que llevaría al triunfo global y permanente de la democracia liberal.

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