miércoles, 29 de diciembre de 2010

El Héroe impuro

Carlos Andrés Pérez (conocido popularmente como CAP) fue un político venezolano de larga trayectoria en su país, donde ocupó diversos cargos públicos, llegando incluso a ejercer en dos ocasiones la presidencia de la nación (1974-1979 y 1989-1993).

Bendecido por el auge petrolero su primer gobierno significó una bonanza inédita acompañada de un proceso de modernización y vigencia de la democracia en momentos que las dictaduras ocupaban casi todo el mapa de la región.

Sobre todo, CAP ocupó un lugar protagónico en la política latinoamericana, por ejemplo, en la firma del Tratado por el Canal de Panamá; en el triunfo de la revolución sandinista; en la lucha por la democracia en El Salvador y en la presión a los gobiernos dictatoriales. Su papel en la recuperación democrática en República Dominicana fue clave cuando los militares amagaban desconocer los resultados de la votación que arrojaba ganador al candidato opositor.

Durante su primera presidencia, Venezuela se convirtió en un santuario donde llegaban exiliados de todos los países de la región en busca de apoyo y protección. Pérez representaba entonces, el auge que la socialdemocracia vivía a nivel internacional de la mano de la Internacional Socialista.

Junto destacados dirigentes europeos (Willy Brandt, Olof Palme, Felipe González, Mario Soares) y latinoamericanos (Pepe Figueres, Adolfo López Michelsen, Michael Manley, José Peña Gómez, Omar Torrijos entre otros) construyeron un espacio alternativo al enfrentamiento Este/Oeste, logrando que entonces pareciera posible organizar la política mundial desde una perspectiva Norte/Sur, donde la lucha contra la pobreza, por los Derechos Humanos, la democracia y el desarme fueran los puntos principales de la agenda en lugar del enfrentamiento entre rusos y norteamericanos.

Su segunda presidencia no fue tan afortunada. La brutal caída del precio del barril de petróleo, los cambios en la coyuntura geopolítica y la relación siempre conflictiva con la dirigencia de su propio partido, lo llevaron a perder drásticamente la popularidad ganada en los setenta. El llamado “Caracazo” y la aparición de Chávez, sumado a las acusaciones de corrupción, lo apartaron del poder, y luego de una estadía tras las rejas, lo llevaron al exilio. Primero en la República Dominicana y luego en Miami, donde murió este último 25 de diciembre.

El mismo CAP admitía que los errores de su gobierno en particular, pero la decadencia de una elite social en general había propiciado la fulminante aparición del coronel bolivariano. “Chávez nació de nuestras entrañas" solía decir, acusando especialmente a Rafael Caldera por haberlo liberado al poco tiempo de la intentona golpista.

A pesar de lo antedicho, la muerte de CAP generó un fuerte impacto, dentro y fuera de Venezuela. Una repercusión mayor del que su escuálido capital político podía hacer suponer.

En los últimos tiempos Venezuela gozó largamente de otra época de prosperidad y opulencia petrolera, sin embargo, la corrupción y la pobreza no han sufrido reducciones significativas en forma proporcional. Pero además, la postal de hoy nos muestra incomprensiblemente que la libertad de expresión, la disidencia política, la vigencia de las instituciones republicanas y la autonomía universitaria se han convertido en expresiones malditas y perseguidas por la verba exaltada hoy predominante en Venezuela y la región.

El actual presidente venezolano se ensañó especialmente con CAP y su trayectoria. No fue casual. Los populismos que supimos conseguir hunden gran parte de sus “progresistas” raíces en los densos campos de la premodernidad. El programa socialdemócrata de CAP, cosmopolita, de raíces occidentales y que prefería tomar como modelo a la España de Felipe González antes que a la Cuba castrista, era una amenaza para la existencia de los proyectos autoritarios embanderados en un supuesto socialismo del siglo XXI aunque más cerca del nacionalismo decimonónico o de la modernidad reaccionaria de principios de siglo XX.

Paradójicamente, la muerte de CAP vuelve a darle –transitoria- vida, sobre todo, por el contraste radical con lo hoy vivido. Su desaparición física provocó desazón en sectores de la sociedad venezolana porque también fue el último estertor de esos proyectos que él comandó (frustradamente) y de los que hoy ya no queda nada, ni siquiera su desmejorada presencia para recordarnos –de vez en cuando- que alguna vez existieron. La muerte de CAP -como la de Raúl Alfonsin- nos pone frente a nuestros fracasos, los sueños incumplidos, las elecciones erróneas y porque no, frente al inexorable paso de nuestro propio tiempo vital.

La congoja –incluso entre sus partidarios adecos, que tanta veces lo repudiaron- se produce también porque lo que queda en pie, visible como nunca antes, es también lo que los mismos venezolanos han elegido para su país como alternativa de cambio y superación de la herencia del “Punto fijo”. Y eso si es motivo para llorar.

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