viernes, 25 de diciembre de 2009

De chivos expiatorios y jueces desequilibrados. Parte I. Los Giles

Durante estos días de calma navideña venía pensando que el caso de la Jueza Parrilli debía ser analizado desde un espíritu un poco más crítico que el simplón y políticamente correcto con el que fue abordado abundantemente. En un ejercicio de trasgresión silenciosa traté de buscar argumentos para romper este círculo de sentidos comunes que se construyen alrededor de episodios mitificados como el mencionado.

Ciertamente, la Jueza mostró un desequilibrio emocional exacerbado, mezclado con un autoritarismo y una agresividad llamativa para el cargo que ocupa. Cuando vi el video supuse que, además, había abusado de alguna bebida espirituosa durante la cena.

Lo que sucedió a continuación fue lógico. La jueza embebida (de soberbia u otra cosa, no lo se a ciencia cierta), fue filmada en el pico de su patética actuación y eso la catapultó inmediatamente a una fama devenida en purgatorio. La jueza Parrilli y su exabrupto mediático se convirtieron en la nueva causa que movilizó a las almas progres, y la prensa de todos los colores.

La conclusión fue rápida y unánime: Lapiden a Parrilli y, si fuera posible, rápidamente y a la vista de todos. Eso nos dejará más tranquilos. Mostrará que aun somos una sociedad civilizada que castiga con dureza infinita a sus integrantes malévolos y así, finalmente, sabremos que, una vez más, la justicia ha triunfado.

Sin embargo, cumpliendo con sus fines fundacionales, El Explicacionista propone otra mirada para evaluar el affaire Parrilli y que comienza colocándolo en su verdadera dimensión. En definitiva, el personaje en cuestión era sólo una Jueza menor, cuyo tarea más importante era investigar y castigar a alguien que hizo pis en la calle o vulneró alguna de las miles de normas municipales que se violan a diario.

Está claro que esto no exime a nuestra ex Jueza municipal ni le quita gravedad a su falta, pero ayuda a ubicar la verdadera magnitud del hecho, evaluar la trascendencia pública que obtuvo y, finalmente, mensurar el castigo propinado.

Como seguramente le pasó a casi todos, la primera vez que vi el incidente por TV apenas pude contener la indignación. Sin embargo, meditándolo un poco más, aparecieron algunos atenuantes que fueron cambiando gradualmente mi percepción sobre el caso. Estos hechos no se mencionaron en esta frenética búsqueda de reafirmación progresista que nos embarga últimamente y me arriesgo a someterlo a los lectores del Blogg.

El primero de estos atenuantes es el claro desorden de la personalidad que la Jueza demostró frente a una situación de tensión e incertidumbre mínima. Su desequilibrio, irascibilidad y violencia ameritaban un poco de piedad y un urgente tratamiento psiquiátrico, más que un linchamiento mediático y político.

Una legisladora porteña con apellito de delito siciliano e integrante del jurado que la enjuició guardó su pregonado garantismo para mejor ocasión, cuando afirmó que Parrilli “tenía condiciones de salud graves, pero [...] no es lo que se mandó a evaluar al Consejo de la Magistratura. La defensa aseguró que la medicación psiquiátrica que tomaba tenía efectos colaterales como la irritabilidad, entre otros 40. Yo pienso que una cosa no justifica la otra”.

Pues bien, sin ser médico a priori me parece que si, que una cosa podría justificar la otra. Pero, más allá de detalles técnicos, la Jueza debía ser sacrificada en el altar de una sociedad sedienta de justicia, aunque no por este caso específico. La misma legisladora, con apellido de organización delictiva informal, mostró cual era el fondo de la cuestión: “Voté su destitución para revertir la sensación de impunidad que genera que la gente que tiene que garantizar la aplicación de las leyes no las cumpla.

El segundo de los atenuantes que me permito incorporar se basa en la posible existencia de algunos grados de alcohol en la sangre de su ex Señoría. La interferencia etílica podría haber actuado como estimulante de una personalidad ya bastante desenfrenada sin el uso de ayudas liquidas.
De todos modos, esta posibilidad lejos de aumentar la repulsa, no puede sino volver más simpática a la Jueza y generar algún tipo de empatía para con ella. ¿Quién no se ha comportado un tanto agresivamente luego de una cena bien regada? (¿o es que acaso mi dinero no vale?).

En tercer lugar, y siguiendo con esta lista de incorrecciones políticas, me permito agregar un último atenuante que me atraerá la pública censura de amigos y conocidos, pero también la aprobación de una mayoría cobardemente silenciosa.

¿Quién no ha deseado alguna vez (o directamente lo ha puesto en práctica) reputear de arriba para abajo (y comenzar nuevamente en sentido inverso) a nuestros beneméritos servidores públicos nacionales y municipales? Arbitrarios, indolentes, ineficaces y patrimonialistas, pueden sacar de quicio al más pintado. Si encima estás en un día malo, medicado o medio borracho, las consecuencias pueden ser más drásticas aun.

De todos modos, hay que admitir también que la suerte (como su equilibrio) abandonó rápidamente a la jueza. Su pasada cercanía con los montos en los 70 y su probable parentesco con un reputado funcionario K, le granjearon el rechazo de la prensa y gran parte de la oposición. Al mismo tiempo, al ser una Jueza local, le dio la oportunidad a Macri de mostrar activamente su escaso lado liberal y quedar bien gratis posando en todos los medios con las aun indignadas empleadas.

Por supuesto, el progresismo de Capital no podía dejar pasar una ocasión como esta para concretar su deporte favorito: firmar solicitadas. Así la jueza discriminadora y desequilibrada fue juzgada por un grupo discriminador, poco equlibrado y parcial que ya había decidido la sentencia antes de empezar el circo.

En fin, Parrilli ya es historia. Sobre el árbol caído bailan hoy Oyarbide, Faggionato Márquez, Ortiz de Lamadrid, Ercolini y Servini de Cubría. Jueces y juezas equilibradas y decentes de los que no nos tenemos que preocupar. Hemos lavado nuestra conciencia. El chivo descansa en paz.

1 comentario:

Titoops dijo...

Como siempre es un delicia leer tu opinión en el blog pero esta vez a diferencia de otras tengo una postura bastante distante.
Tus tres puntos para mi serían de esta manera:
1) Hay mucha gente con adicciones –en mi caso el tabaquismo- que estamos en permanente lucha para que ese demonio que llevamos dentro no tome control de nuestras vidas por este motivo es que considero que no existe ese atenuante que mencionas de la cena bien regada. Era una jueza y al elegir ese sendero sabe que renunció a ciertas cosas como por ejemplo ser juez fuera de su juzgado.
2) Un juez por la autoridad que lo enviste no puede ni debe olvidar la sabía máxima del tío Ben cuando le dice a su querido sobrino Peter Parker: Un gran poder trae una gran responsabilidad. Sé que suena a tontería pero es mi autentico sentir. Lo del desorden siquiátrico ni siquiera debería respondértelo porque, aunque no haya tenido la potestad de meterte preso te podría haber jodido la vida con una multa de esas que te dejan el agua al cuello. No creo que alguien con desordenes psíquicos deba tener una investidura que pueda llegar a afectar – aún en lo más mínimo- a sus conciudadanos.
3) En mi opinión personal a Parrilli le pasó lo que le tenía que pasar. No por buena o mala persona, por merecimiento o no sino simplemente porque le tocó, ella ayudó y encima de todo quedó filmado. Mala suerte, hay que apechugar. Todos tenemos un mal día. El suyo fue de que las cámaras de una repartición pública registrasen todo.
Esto creo que es mucho más simple de lo que analizas en esta ocasión.
Rifaban un linchamiento y la ex jueza compró todos los números.

Saludos