El gobierno de Gildo
Insfrán desbloqueó un nuevo nivel en el autoritarismo que lo caracteriza desde
hace años al arrestar a dos dirigentes políticas que lo habían denunciado por
violar los derechos humanos en los centros de aislamiento para afectados por el
COVID-19.
Lejos de ser un hecho extraordinario, el gobierno de Insfrán
es un repetido ejemplo de autoritarismo provincial al que la cuarentena le
aumentó el poder. El efecto más visible fueron los miles de varados en los
límites provinciales y el joven ahogado que trataba, desesperado, de retornar a
su casa. Tal fue el daño ocasionado a los derechos civiles que la Corte Suprema
de Justicia debió intervenir ordenando que se permitiera regresar a los
ciudadanos formoseños a sus hogares.
Pero el gobernador, señalado como modelo de gestión por el propio presidente Fernández y sus ministros más pretendidamente progresistas, no es el único funcionario que en estos tiempos decidió convertirse en una suerte de sultán, ante la vista de todos y todas. Lo llamativo es el silencio y la justificación desde las usinas de los guionistas del relato oficial.
La única verdad ya no es la realidad
En los primeros gobiernos kirchneristas el relato era un elemento político para legitimar sus pretensiones de reformar la realidad. El gobierno actual, en cambio, decidió tomar otro camino: la autonomía total del relato y la creación de un mundo feliz donde no hay reglas ni lógica, sobre todo, donde no hay contestación social ni política posible. Frente al COVID-19 o la vuelta de las clases “la CABA está mal y La Matanza está bien”, dicen como síntesis del abandono de cualquier anclaje en la tierra de los mortales.
Al no tener que cargar con el peso de lo “real” ni sostener y
fundamentar algo parecido a la verdad, el relato se vuelve liviano. Sí hace
falta, se argumenta con infectólogos desde un discurso ultracientificista; y si
no, vamos con cartas astrales y contra los runners.
En los años anteriores al 2015, era difícil que los K fueran a programas de TV a
debatir con opositores o periodistas críticos, ya que la realidad desmentía
cada una de sus afirmaciones sobre lo que estaba ocurriendo. Ahora es más
sencillo: debaten en todos lados y cuentan su “realidad virtual” inmune a lo
empírico y a la opinión de los demás.
Construye tu propia realidad. Allí residen Máximo, Axel, Massa y
Mayra “y su Mac”. En esta versión 4.0 del kirchnerismo se fusionan cínicos y
fanáticos sin ninguna dificultad, y a la oposición se le abre una situación
difícil y novedosa, porque, ciertamente, no puede seguir al kirchnerismo hasta
su mundo de fantasía y aceptar que todos estamos viviendo en él. Entonces, no
hay con quien dialogar ni discutir. Pero al admitir eso, toda acción es tachada
de radicalizada y pro grieta por las almas bellas de Corea del centro.
La realidad duerme sola en un entierro
En una escena de Pulp
Fiction, una de las más famosas películas de Quentin Tarantino, varios protagonistas deben resolver un
curioso problema. Tienen un cadáver con la cabeza destruida por un balazo en el
baúl de un automóvil estacionado en la casa de una familia. El auto está lleno
de rastros del muerto, y los sicarios también tienen visibles huellas de la
sangrienta tarea en sus ropas y sus caras.
El problema en esa escena no es tanto el muerto en el baúl, ni los
sicarios, ni los restos mortales dispersos, sino que la esposa del dueño de
casa está por llegar y no sería de su agrado ver esa escenografía de terror. Eso
llevaría a que se diera cuenta que su esposo (el mismo Tarantino en la ficción)
no es quien ella cree y él pretende hacer creer, sino un personaje oscuro y
mafioso. A los pocos minutos, irrumpe el “solucionador de problemas” cuya
función es borrar la realidad y lograr un renovado efecto de “acá no ha pasado
nada”.
Los argentinos convivimos diariamente con los “solucionadores de
problemas” locales que intentan, con un envidiable voluntarismo, tapar,
explicar y lavar los constantes desaguisados de un gobierno que, como el
personaje de Harvey Keitel en Pulp Ficton,
tomó una curiosa decisión, lo único que importa es el relato de lo que ocurrió
(y quien tiene la culpa).
Para eso cuentan con un ejército de guionistas que día a día nos relatan
historias optimistas, donde nuestros gobernantes son grandes gestores, las
decisiones son correctas, tomadas a tiempo y nuestro país es ejemplo mundial. Existe un novedoso mecanismo
decisional y si las cosas no salen como queremos, es por envidia y angurria de
los poderosos.
Politólogos que son funcionarios, especialistas que son asesores, investigadores
y becarios del CONICET que son opinologos, artistas politizados, twiteros cool, revistas pseudo-académicas de
universidades nacionales y la cada vez más numerosa prensa kirchnerista (desde
el nuevo portal Diario.ar, hasta el tradicional Pravda 12) trabajan a pleno para
convencer a propios y confundir a extraños. Formosa y Venezuela son temas más
complejos, pero Pablo Sirven es un racista.
Lo cierto es que no solo los fanáticos cuentan esta versión edulcorada. Las almas bellas la normalizan: Desde el tradicional diario fundado por Bartolomé Mitre nos cuentan las cosas que posibilita y articula Fabiola. Sus enviados a la Casa Rosada relatan los grandes planes que allí se están preparando para bajar la inflación y aumentar el consumo. Nora Bar, día a día, trata de inventarle coherencia y cientificidad a un ministerio que es un misterio, Alconada Mon sigue buscando sociedades a nombre de Macri y para Pagni, todo lo que pasa, es culpa de Majdalani y Arribas (y de Macri, que seguro lo sabía).
En todos los programas de TN Julio Bárbaro nos repite que esto tampoco es peronismo, mientras Maciel, Geuna, Duffard y los noteros se dedican a interpelar a las personas que no reverencian las órdenes de la familia Khan. Mientras Pietragalla, dice que en Formosa está todo ok, Facundo Manes y Mateo Salvatto, repiten una y otra vez que las cosas mejorarían si nos diéramos cuenta que somos todos argentinos y nos quisiéramos más.
Para quedarnos más tranquilos, Bonelli, Ventura, Longobardi y Kirschbaum nos cuentan en primicia que Alberto está muy enojado y que pronto, empezará a construir un poder propio sin Cristina ni Insfranes mientras Lanata pega duramente a personajes de cuarta línea. De Juan Carr no se sabe mucho después del exitoso show en River Plate, algunas fuentes lo ubican en la misma isla que Yabrán, Elvis Presley y Casildo Herrera, tratando que entonen juntos una misma canción.
Es lo que hay
La coyuntura que vivimos es horrible. Quizás como nunca antes. Desde
el punto de vista que se la quiera analizar: sanitario, social, educativo o
económico. El gobierno está desbordado, repleto de internas y no pudo organizar
bien ni los actos del 17 de octubre. Los guionistas, sea por convicción,
cinismo o pauta, quieren desesperadamente maquillar la situación porque una
sociedad no puede vivir permanentemente con la incertidumbre, la decadencia y el
temor como único futuro.
Pero lo cierto es que mientras gran parte de los “solucionadores
de problemas” pretenden convertir eso en un mundo feliz, la gestión concreta y
la política quedó en manos de Insfrán, Berni, los Zamora, los Rodríguez Saá,
los Saadi y sus parientes, los Menem y sus redes y de los intendentes y sus policías que se creen dueños
de las ciudades y de la vida de las personas que las habitan.
En Twitter oficialistas consuetudinarios como Jorge Asís o un sociólogo
del CONICET que muestra orgulloso su pipa en el avatar, nos explican que
mientras la violación a los derechos humanos sea chiquita, no hay problema en
abrazase con Insfrán o el sultán que sea parte del combo que nos lleva camino
a la redención.
Este año tendremos que decidir si queremos seguir en la Matrix
peronista o enfrentarnos con el mundo real, así de despiadado como se ve sin
anteojeras ni relatos. Conociendo nuestra peculiar historia, no sería sorprendente
que nos aferremos aún con más fuerza a la fantasía. O quizás, la realidad decida
hacer su ingreso como un tsunami y ahí sí, ni el solucionador de problemas de Tarantino
podrá ayudarnos a que todo se vuelva a ver como siempre.
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