La relación
de las organizaciones socialdemócratas europeas –especialmente la Internacional
Socialista- con sus pares de Argentina no estuvo exenta de dificultades y desconfianzas
mutuas.
Desde su
fundación, en los años cincuenta, se vincularon primero con el Partido Socialista, sin
embargo, las constantes divisiones y su escaso peso político y electoral, desanimaron
a los europeos. Con el peronismo la cosa no
fue más fácil. Perón era visto por los socialdemócratas de su tiempo como una
rémora del fascismo. Además, el peronismo clásico prefirió aliarse a dictadores
latinoamericanos (como Stroessner o Somoza) antes que con partidos europeos y
de izquierda a quienes caracterizaban como “extranjerizantes”. Los radicales aun no aparecían en la agenda, entre
otras cosas, por su falta de influencia en los sindicatos, cuestión que los alejaba del
paladar socialdemócrata.
Recién a
fines de los setenta la situación comenzó a revertirse. Una generación de prestigiosos líderes
socialistas, entre los que estaban Willy Brandt, Olof Palme, Françoise
Mitterrand, Mario Soares y Felipe González, fijó su atención en América Latina y por ello otra
vez en Argentina, donde la dictadura militar había logrado unificar el repudio
de la izquierda europea. Esta vez el objetivo fue sumar a los radicales, aunque
sin perder la esperanza de integrar a los peronistas, de quienes valoraban su
relación con los sindicatos. Incluso se evaluó –y rechazó- el pedido del
Partido Intransigente para formar parte de la internacional socialdemócrata.
Por esos
años, la UCR edificó su relación con los socialdemócratas europeos a través de
Hipólito Solari Yrigoyen y un poco mas tarde con Raúl Alfonsín y los jóvenes de
la Coordinadora. Sin embargo, eso fue resistido por el balbinismo y luego por el
delarruismo. El renunciado ex presidente solo cambió de opinión poco antes de
las elecciones de 1999, cuando concurrió a una reunión de la Internacional buscando
oportunas fotos con jefes de estados europeos.
Paralelamente,
los primeros pasos del peronismo hacia los socialdemócratas vinieron de los
Montoneros, sobre todo, a través del PSOE español y de los socialistas suecos.
La vuelta de
la democracia centró la atención y los recursos en el radicalismo alfonsinista casi con exclusividad.
Esto alejó al PJ que, ya bajo el liderazgo de Carlos Menem, asoció al partido
con la democracia cristiana internacional, tradicional rival de la
socialdemocracia y más afín al perfil social cristiano del peronismo.
El
kirchnerismo significó otro cambio en la historia del peronismo. En tiempos de
la transversalidad, Nestor Kirchner proclamó su deseo de integrar la
Internacional Socialista, como un paso más para mostrar el cambio de rumbo y,
de paso, seducir a grupos políticos e intelectuales esquivos al PJ. Incluso
viajó a Londres a un foro de partidos progresistas liderado por el laborista Tony
Blair. Por todo ello, el PJ fue expulsado de la democracia cristiana internacional.
Sin embargo, también los vínculos de peronistas y socialdemócratas se resquebrajaron
más a medida que el kirchnerismo se fue acercando al eje La Habana-Caracas y hoy
apenas se restringen a algunos partidos latinoamericanos.
La
socialdemocracia europea, como al inicio, volvió a posar su interés en los
socialistas. A diferencia de los años cincuenta y sesenta, estos han logrado
unificar su partido, articular alianzas más amplias y aumentar el caudal electoral. La candidatura de Hermes
Binner es la nueva esperanza de los socialdemócratas para construir un puente progresista
entre ambas partes del atlántico.
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