(Artículo publicado en El Estadista N° 27, 17 de marzo de 2011)
Los sucesos acontecidos en la parte norte del continente africano pueden verse también como un (muy) tardío ajuste de esa parte del mundo al fin de la lógica de la guerra fría. Sería temerario predecir si estas revueltas y derrocamientos se conformarán en una nueva ola democratizadora y producirán verdaderos cambios de régimen o, si, finalmente, se quedarán apenas en cosméticos cambios de gobierno.
Hace unos días, invitado al programa “Palabras mas palabras menos” del canal de cable Todo Noticias (TN) uno de los más prestigiosos especialistas en relaciones internacionales de nuestro país afirmaba en forma tajante –y también vehemente- que “occidente no tuvo nada que ver con lo ocurrido en el norte de África”.
La idea de pueblos heroicos, sustentados en sus propios liderazgos y sin ninguna influencia externa presume una visión estática de los acontecimientos políticos internacionales y puede llevar a conclusiones políticamente correctas, pero profundamente erróneas. Además, el origen de este tipo de movimientos no pueden ser explicados por una sola causa, por más poderosa –o romántica- que parezca. Para entender lo sucedido de manera integral y realista es necesario abordar la coyuntura en el marco de la interacción entre los estímulos externos y las coyunturas internas.
Esta clase de afirmación sobre la excepcionalidad nacional de los sucesos también se desmiente al observar el alcance que han tenido. Comenzados en Túnez se extendieron rápidamente hacia Egipto, Libia, Bahrein, Jordania, Yemen y –pronto se sabrá- si también llegarán a Arabia Saudita, primer productor mundial de petróleo.
Esta claro que no pueden obviarse la importancia de las causas explicativas domésticas como la pobreza y el desempleo de importantes sectores de población –en especial los jóvenes-, los problemas religiosos, tribales, el hastío frente a la represión sistemática, la crisis económica y la ruptura de pactos de gobernabilidad entre elites. Sin embargo todos estos elementos también han estado presentes –de diversas formas- desde hace decenas de años, sino antes, y no habían producido semejante respuesta de parte de la población.
La explosión se produce cuando estos sucesos entran en combinación con un entorno global que produce fuertes estímulos y señales en sentido absolutamente contrario a los que se viven a nivel nacional y la población, además, tiene acceso a esta información que le permite evaluar y comparar con su propia situación.
Un primer hecho que debe mencionarse en este sentido es la evolución del concepto de soberanía nacional y que ha cambiado bastante con respecto al que caracterizó al siglo anterior. La soberanía nacional absoluta alumbró los peores genocidios y esto permitió la creación de mecanismos –quizás no siempre efectivos o justos- para impedir la represión a las sociedades civiles. Por ejemplo, la acción de la corte penal internacional que legitima formas de intervención directa diferentes a las militares pero que penden sobre la cabeza de los dictadores y sus colaboradores.
Un segundo punto para destacar se vincula a la movilidad de las personas. O, a la inversa, la imposibilidad de estos estados autoritarios de mantener a las personas ancladas al territorio. Esta fue uno de las acciones que los Estados de la órbita soviética habían logrado concretar con bastante éxito. Millones de personas tenían imposibilitado salir del país, incluso moverse dentro del mismo territorio nacional. Sólo unos pocos, con motivo bien comprobado y bajo estricta vigilancia lograban traspasar la cortina de hierro.
Luego del triunfo de EE.UU. en la guerra fría –con la excepción de Cuba- resulta muy difícil -y más aun para estos Estados con fronteras porosas- atar a sus habitantes que de ese modo pueden viajar por turismo, negocios, cuestiones académicas o migraciones en busca de mejor calidad de vida y así observar –y luego reproducir - el modo en que se vive en otros países.
El tercer punto ha sido uno de los más importantes: la revolución tecnológica. En África abundan los celulares, llamadas las “computadoras de los pobres”. Esto facilita la posibilidad de comunicarse con el exterior, pero también entre ellos mismos, de modo de organizarse flexiblemente escapando a la represión, intercambiando información y evitando la censura.
Las redes sociales y los medios de comunicación jugaron un papel clave en estas revueltas. Comparando una vez más con las viejas dictaduras o el sistema soviético donde un Estado todopoderoso podía controlar los flujos informativos y la actividad cotidiana de las personas, hoy en día los ciudadanos tienen acceso a múltiples fuentes para eludir estos cercos, para conocer que se opina sobre la situación por fuera del país y también reproducir esta información en forma rápida y económica.
Si entendemos intervención occidental solamente como el estilo poco sutil e ilegal aplicado por EE.UU. en Irak, entonces no hubo –por ahora- una intromisión de esas características. Sin embargo, la influencia del contexto internacional en un sentido más amplio que el mencionado, ha sido clave. No haberlo comprendido así tampoco por parte de Mubarak y Ben Alí colaboró con su salida del poder.
Finalmente, lo ocurrido en África del norte es una experiencia que las potencias también deben atender ya que afecta uno de los núcleos de la gobernabilidad global. Pero algunas de ellas deberían prestarle particular atención ya que también proyecta sombras sobre su propio futuro.
El caso de China es el más claro en este sentido ¿Hasta cuando será posible tratar a millones de físicos, hombres de negocios, estadísticos, químicos, informáticos entre otros profesionales de primera línea como campesinos medievales sin mayores de derechos frente a un Estado absolutista? No casualmente Tiananmen se motorizó a través de los estudiantes. ¿Podría China resolver hoy una situación similar tal como lo hizo en 1989?
Esta historia, recién comienza.
Los sucesos acontecidos en la parte norte del continente africano pueden verse también como un (muy) tardío ajuste de esa parte del mundo al fin de la lógica de la guerra fría. Sería temerario predecir si estas revueltas y derrocamientos se conformarán en una nueva ola democratizadora y producirán verdaderos cambios de régimen o, si, finalmente, se quedarán apenas en cosméticos cambios de gobierno.
Hace unos días, invitado al programa “Palabras mas palabras menos” del canal de cable Todo Noticias (TN) uno de los más prestigiosos especialistas en relaciones internacionales de nuestro país afirmaba en forma tajante –y también vehemente- que “occidente no tuvo nada que ver con lo ocurrido en el norte de África”.
La idea de pueblos heroicos, sustentados en sus propios liderazgos y sin ninguna influencia externa presume una visión estática de los acontecimientos políticos internacionales y puede llevar a conclusiones políticamente correctas, pero profundamente erróneas. Además, el origen de este tipo de movimientos no pueden ser explicados por una sola causa, por más poderosa –o romántica- que parezca. Para entender lo sucedido de manera integral y realista es necesario abordar la coyuntura en el marco de la interacción entre los estímulos externos y las coyunturas internas.
Esta clase de afirmación sobre la excepcionalidad nacional de los sucesos también se desmiente al observar el alcance que han tenido. Comenzados en Túnez se extendieron rápidamente hacia Egipto, Libia, Bahrein, Jordania, Yemen y –pronto se sabrá- si también llegarán a Arabia Saudita, primer productor mundial de petróleo.
Esta claro que no pueden obviarse la importancia de las causas explicativas domésticas como la pobreza y el desempleo de importantes sectores de población –en especial los jóvenes-, los problemas religiosos, tribales, el hastío frente a la represión sistemática, la crisis económica y la ruptura de pactos de gobernabilidad entre elites. Sin embargo todos estos elementos también han estado presentes –de diversas formas- desde hace decenas de años, sino antes, y no habían producido semejante respuesta de parte de la población.
La explosión se produce cuando estos sucesos entran en combinación con un entorno global que produce fuertes estímulos y señales en sentido absolutamente contrario a los que se viven a nivel nacional y la población, además, tiene acceso a esta información que le permite evaluar y comparar con su propia situación.
Un primer hecho que debe mencionarse en este sentido es la evolución del concepto de soberanía nacional y que ha cambiado bastante con respecto al que caracterizó al siglo anterior. La soberanía nacional absoluta alumbró los peores genocidios y esto permitió la creación de mecanismos –quizás no siempre efectivos o justos- para impedir la represión a las sociedades civiles. Por ejemplo, la acción de la corte penal internacional que legitima formas de intervención directa diferentes a las militares pero que penden sobre la cabeza de los dictadores y sus colaboradores.
Un segundo punto para destacar se vincula a la movilidad de las personas. O, a la inversa, la imposibilidad de estos estados autoritarios de mantener a las personas ancladas al territorio. Esta fue uno de las acciones que los Estados de la órbita soviética habían logrado concretar con bastante éxito. Millones de personas tenían imposibilitado salir del país, incluso moverse dentro del mismo territorio nacional. Sólo unos pocos, con motivo bien comprobado y bajo estricta vigilancia lograban traspasar la cortina de hierro.
Luego del triunfo de EE.UU. en la guerra fría –con la excepción de Cuba- resulta muy difícil -y más aun para estos Estados con fronteras porosas- atar a sus habitantes que de ese modo pueden viajar por turismo, negocios, cuestiones académicas o migraciones en busca de mejor calidad de vida y así observar –y luego reproducir - el modo en que se vive en otros países.
El tercer punto ha sido uno de los más importantes: la revolución tecnológica. En África abundan los celulares, llamadas las “computadoras de los pobres”. Esto facilita la posibilidad de comunicarse con el exterior, pero también entre ellos mismos, de modo de organizarse flexiblemente escapando a la represión, intercambiando información y evitando la censura.
Las redes sociales y los medios de comunicación jugaron un papel clave en estas revueltas. Comparando una vez más con las viejas dictaduras o el sistema soviético donde un Estado todopoderoso podía controlar los flujos informativos y la actividad cotidiana de las personas, hoy en día los ciudadanos tienen acceso a múltiples fuentes para eludir estos cercos, para conocer que se opina sobre la situación por fuera del país y también reproducir esta información en forma rápida y económica.
Si entendemos intervención occidental solamente como el estilo poco sutil e ilegal aplicado por EE.UU. en Irak, entonces no hubo –por ahora- una intromisión de esas características. Sin embargo, la influencia del contexto internacional en un sentido más amplio que el mencionado, ha sido clave. No haberlo comprendido así tampoco por parte de Mubarak y Ben Alí colaboró con su salida del poder.
Finalmente, lo ocurrido en África del norte es una experiencia que las potencias también deben atender ya que afecta uno de los núcleos de la gobernabilidad global. Pero algunas de ellas deberían prestarle particular atención ya que también proyecta sombras sobre su propio futuro.
El caso de China es el más claro en este sentido ¿Hasta cuando será posible tratar a millones de físicos, hombres de negocios, estadísticos, químicos, informáticos entre otros profesionales de primera línea como campesinos medievales sin mayores de derechos frente a un Estado absolutista? No casualmente Tiananmen se motorizó a través de los estudiantes. ¿Podría China resolver hoy una situación similar tal como lo hizo en 1989?
Esta historia, recién comienza.
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