(Artículo publicado en El Estadista, N° 25, del 18/02/2011 con motivo del viaje de Obama por América Latina)
La diplomacia norteamericana decidió que la gira de Barak Obama por América solo incluya a El Salvador, Brasil y Chile. En nuestro país esto desató una polémica donde sectores opositores y de la prensa utilizaron una de sus armas predilectas para castigar al gobierno: la apelación al supuesto aislamiento internacional que sufriría la Argentina producto de las políticas del kirchnerismo.
Este argumento, por simplista y fácilmente rebatible, no resiste mayor análisis. Sin embargo, es cierto que Argentina aparece como un jugador imprevisible para casi todos los actores del escenario internacional. El kirchnerismo ha carecido de cuadros lúcidos dedicados a pensar problemáticas globales que apunten a nuevas formas de inserción –políticas y económicas- en un contexto de crisis, pero también de oportunidades. El actual canciller parece más a gusto reemplazando a Aníbal Fernández como azote de la oposición que cumpliendo esa función. El cierre de la Embajada de Suecia en Argentina es un dato que no debe pasar desapercibido, tanto o más, que la agenda de Obama.
La versión opuesta es esgrimida por las distintas variantes del oficialismo: La ausencia del presidente de EE.UU. se vincularía a las políticas progresistas -hasta antiimperialistas- aplicadas por los Kirchner en conjunto con otros líderes como Lula, Chávez, Correa y Morales. Esto tampoco parece real. De hecho, Argentina ha cumplido un papel importante en la estabilidad de la región – por ejemplo en la contención del chavismo- y ha mantenido posiciones alineadas con Washington, sobre todo, en temas sensibles como el terrorismo internacional.
Lo cierto es que esta discusión maniquea oculta cuestiones de fondo y que son transversales a toda la clase dirigente. La idea predominante sigue siendo que Argentina -condenada al éxito- es una potencia que compite palmo a palmo con Brasil por el liderazgo regional y donde el resto de los actores son apenas figuras de segundo orden. Esta perspectiva es típica de la burocracia estatal de la cancillería y de los partidos tradicionales que siguen anclados en una visión decimonónica de la política regional y mundial, inmune a los cambios en las agendas y prácticas internacionales.
La visita de Obama pronto será una anécdota, pero las consecuencias de esta visión, sostenida en un nacionalismo cerril, continuará presente y con efectos palpables. Su principal victima es el proceso de integración regional y la construcción de instituciones políticas supranacionales, acciones que van en sentido opuesto a la concepción –y celebración- de la soberanía nacional como en el siglo XIX.
La diplomacia norteamericana decidió que la gira de Barak Obama por América solo incluya a El Salvador, Brasil y Chile. En nuestro país esto desató una polémica donde sectores opositores y de la prensa utilizaron una de sus armas predilectas para castigar al gobierno: la apelación al supuesto aislamiento internacional que sufriría la Argentina producto de las políticas del kirchnerismo.
Este argumento, por simplista y fácilmente rebatible, no resiste mayor análisis. Sin embargo, es cierto que Argentina aparece como un jugador imprevisible para casi todos los actores del escenario internacional. El kirchnerismo ha carecido de cuadros lúcidos dedicados a pensar problemáticas globales que apunten a nuevas formas de inserción –políticas y económicas- en un contexto de crisis, pero también de oportunidades. El actual canciller parece más a gusto reemplazando a Aníbal Fernández como azote de la oposición que cumpliendo esa función. El cierre de la Embajada de Suecia en Argentina es un dato que no debe pasar desapercibido, tanto o más, que la agenda de Obama.
La versión opuesta es esgrimida por las distintas variantes del oficialismo: La ausencia del presidente de EE.UU. se vincularía a las políticas progresistas -hasta antiimperialistas- aplicadas por los Kirchner en conjunto con otros líderes como Lula, Chávez, Correa y Morales. Esto tampoco parece real. De hecho, Argentina ha cumplido un papel importante en la estabilidad de la región – por ejemplo en la contención del chavismo- y ha mantenido posiciones alineadas con Washington, sobre todo, en temas sensibles como el terrorismo internacional.
Lo cierto es que esta discusión maniquea oculta cuestiones de fondo y que son transversales a toda la clase dirigente. La idea predominante sigue siendo que Argentina -condenada al éxito- es una potencia que compite palmo a palmo con Brasil por el liderazgo regional y donde el resto de los actores son apenas figuras de segundo orden. Esta perspectiva es típica de la burocracia estatal de la cancillería y de los partidos tradicionales que siguen anclados en una visión decimonónica de la política regional y mundial, inmune a los cambios en las agendas y prácticas internacionales.
La visita de Obama pronto será una anécdota, pero las consecuencias de esta visión, sostenida en un nacionalismo cerril, continuará presente y con efectos palpables. Su principal victima es el proceso de integración regional y la construcción de instituciones políticas supranacionales, acciones que van en sentido opuesto a la concepción –y celebración- de la soberanía nacional como en el siglo XIX.
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