Van a mirar para otro lado, no es una novedad. Una vez más nos repetirán hasta el hartazgo que los niños comen todos los días, que allí todos estudian, que hay conductores de ómnibus que son ingenieros –como si ella fuera muy sano para ellos- y que la salud y el deporte son logros indiscutibles en el camino de la dignificación popular.
Seguramente acusarán a quien pusiera algún “pero” de ser funcional al imperialismo, apelarían al –injusto- bloqueo que sufre la isla como excusa todoterreno, dirán que los cubanos de Miami son fascistas y que además –como todo el mundo sabe- están arrepentidos de haberse ido.
Acto seguido argumentarían que Cuba debe defenderse, que EE.UU. no descansará hasta terminar con ella y que eso no cambiará con Bush o con Obama (que obviamente son lo mismo). Finalmente, con alguna anécdota podrían pasar a otro tema menos incomodo, recordar a Castro en las escalinatas dela Facultad de Derecho de la UBA , alguna frase cursi del Che Guevara o una canción de algunos de los artistas privilegiados por el sistema del país caribeño.
Si la cosa se pone densa expondrán con suficiencia que acá no tenemos una verdadera democracia –“formal” le decían en los setenta- y que Cuba tiene una forma alternativa y el derecho de elegir como gobernarse a si misma sin interferencias. Explicarían lo mismo que antes explicaban para defender a Ceaucescu o Brezhnev y para condenar a Sajarov o Walesa. Argumentos calcados a los que ahora se usan para cubrir a Chávez e impugnar a la oposición en Irán.
Pero el tema es imposible de evadir. Orlando Zapata Tamayo tenía 42 años, era albañil y estaba encarcelado desde el año 2003. Era uno de los 55 presos de conciencia adoptados por Amnistía Internacional en Cuba, donde los juicios a los disidentes son –generalmente- sumarios, desoyen las normas internacionales y no ofrecen posibilidades de apelación.
Orlando Zapata Tamayo no era un líder de la oposición, ni había sido acusado de connivencia con EE.UU., no tenia vínculos con ninguna central de inteligencia extranjera, no había querido escaparse ilegalmente de la isla ni había cometido actos de terrorismo o delitos comunes.
Entró en la cárcel por desacato, por pensar que las cosas debían ser distintas a lo que eran y manifestarlo públicamente. Luego, rebelado frente a las pésimas condiciones de encierro que sufren los presos políticos, su condena fue aumentando hasta que inició la huelga de hambre que terminó con su vida hace pocos días.
“La trágica muerte de Orlando Zapata Tamayo es un terrible ejemplo de la desesperación a la que se enfrentan los presos de conciencia que no albergan esperanzas de ser liberados de su injusto y prolongado encarcelamiento”, afirmó Gerardo Ducos, investigador de Amnistía Internacional sobre el Caribe.
Seguramente no querrán escuchar estos argumentos. Y es que a los argentinos “progres” o de “centroizquierda” -como ahora les gusta autodefinirse- les encanta el socialismo, sobre todo cuando florece en países lejanos al nuestro.
A este “progre “argentino le encanta hablar bien de Cuba. Eso si, acá nos indignamos por las pistolas eléctricas de Macri, por las propuestas de disminuir la edad de imputabilidad, ahorramos en dólares, veraneamos en Uruguay, Bolivia o Brasil y queremos el matrimonio gay y el psicoanálisis en las obras sociales.
Defendemos –o defenestramos- la ley de medios en nombre de la libertad de prensa y en contra de los monopolios y apoyamos la reforma que estimule a que la gente participe en las internas de los centenares de partidos que existen el país. Pero nos encanta Cuba, sobre todo, si los que tienen que vivir allí son los cubanos.
Seguir actuando como si el régimen de los Castro fuera la quintaesencia del socialismo implicaría, no sólo traicionar los postulados básicos que dieron origen al pensamiento de la izquierda, sino repetir el error que llevó a manchar la idea de sociedades justas e igualitarias con la sangre de millones de personas que no estaban dispuestas que las lleven al paraíso a golpes y tiros.
Sin medias tintas, quienes nos identificamos con posturas de izquierda, progresistas, socialdemócratas o como quieran llamarlas, tenemos la obligación de decir que Cuba es un Estado autoritario, que viola los derechos de sus ciudadanos y que, más que ser objeto de peregrinaje y admiración, debe ser presionada para que adopte una agenda democratizadora en forma inmediata.
Los DD.HH. y la defensa de la democracia no pueden convertirse en cuestiones tácticas. Algo de esto debimos aprender en nuestra historia reciente.
Seguramente acusarán a quien pusiera algún “pero” de ser funcional al imperialismo, apelarían al –injusto- bloqueo que sufre la isla como excusa todoterreno, dirán que los cubanos de Miami son fascistas y que además –como todo el mundo sabe- están arrepentidos de haberse ido.
Acto seguido argumentarían que Cuba debe defenderse, que EE.UU. no descansará hasta terminar con ella y que eso no cambiará con Bush o con Obama (que obviamente son lo mismo). Finalmente, con alguna anécdota podrían pasar a otro tema menos incomodo, recordar a Castro en las escalinatas de
Si la cosa se pone densa expondrán con suficiencia que acá no tenemos una verdadera democracia –“formal” le decían en los setenta- y que Cuba tiene una forma alternativa y el derecho de elegir como gobernarse a si misma sin interferencias. Explicarían lo mismo que antes explicaban para defender a Ceaucescu o Brezhnev y para condenar a Sajarov o Walesa. Argumentos calcados a los que ahora se usan para cubrir a Chávez e impugnar a la oposición en Irán.
Pero el tema es imposible de evadir. Orlando Zapata Tamayo tenía 42 años, era albañil y estaba encarcelado desde el año 2003. Era uno de los 55 presos de conciencia adoptados por Amnistía Internacional en Cuba, donde los juicios a los disidentes son –generalmente- sumarios, desoyen las normas internacionales y no ofrecen posibilidades de apelación.
Orlando Zapata Tamayo no era un líder de la oposición, ni había sido acusado de connivencia con EE.UU., no tenia vínculos con ninguna central de inteligencia extranjera, no había querido escaparse ilegalmente de la isla ni había cometido actos de terrorismo o delitos comunes.
Entró en la cárcel por desacato, por pensar que las cosas debían ser distintas a lo que eran y manifestarlo públicamente. Luego, rebelado frente a las pésimas condiciones de encierro que sufren los presos políticos, su condena fue aumentando hasta que inició la huelga de hambre que terminó con su vida hace pocos días.
“La trágica muerte de Orlando Zapata Tamayo es un terrible ejemplo de la desesperación a la que se enfrentan los presos de conciencia que no albergan esperanzas de ser liberados de su injusto y prolongado encarcelamiento”, afirmó Gerardo Ducos, investigador de Amnistía Internacional sobre el Caribe.
Seguramente no querrán escuchar estos argumentos. Y es que a los argentinos “progres” o de “centroizquierda” -como ahora les gusta autodefinirse- les encanta el socialismo, sobre todo cuando florece en países lejanos al nuestro.
A este “progre “argentino le encanta hablar bien de Cuba. Eso si, acá nos indignamos por las pistolas eléctricas de Macri, por las propuestas de disminuir la edad de imputabilidad, ahorramos en dólares, veraneamos en Uruguay, Bolivia o Brasil y queremos el matrimonio gay y el psicoanálisis en las obras sociales.
Defendemos –o defenestramos- la ley de medios en nombre de la libertad de prensa y en contra de los monopolios y apoyamos la reforma que estimule a que la gente participe en las internas de los centenares de partidos que existen el país. Pero nos encanta Cuba, sobre todo, si los que tienen que vivir allí son los cubanos.
Seguir actuando como si el régimen de los Castro fuera la quintaesencia del socialismo implicaría, no sólo traicionar los postulados básicos que dieron origen al pensamiento de la izquierda, sino repetir el error que llevó a manchar la idea de sociedades justas e igualitarias con la sangre de millones de personas que no estaban dispuestas que las lleven al paraíso a golpes y tiros.
Sin medias tintas, quienes nos identificamos con posturas de izquierda, progresistas, socialdemócratas o como quieran llamarlas, tenemos la obligación de decir que Cuba es un Estado autoritario, que viola los derechos de sus ciudadanos y que, más que ser objeto de peregrinaje y admiración, debe ser presionada para que adopte una agenda democratizadora en forma inmediata.
Los DD.HH. y la defensa de la democracia no pueden convertirse en cuestiones tácticas. Algo de esto debimos aprender en nuestra historia reciente.
2 comentarios:
Buen analisis para un progre....
"Sin medias tintas, quienes nos identificamos con posturas de izquierda, progresistas, socialdemócratas".....
lo que pasa, es que estas corrido un poquitito a la derecha de pinedo...pero casi en el mismo lugar que biolcati...diria más..se superponen.
Pero, bien....segui escribiendo desde el lugar progre...con mucho esmero biolcati, debera ceder el lugar
Ojala yo tuviera la mitad de la plata de Biolcati y vos tuvieras el doble de tu disminuido cerebro
Publicar un comentario