Luis Yáñez Barnuevo, dirigente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), escuchaba con una mezcla de incredulidad e indignación contenida. Apenas descendido del avión que lo llevó al pequeño país latinoamericano, las autoridades le hicieron saber que el dictador de turno lo había declarado “persona no grata” y debía marcharse de inmediato por donde había llegado.
Las causas eran obvias, el político español deseaba ingresar en Uruguay, entre otras cosas, para mostrar su solidaridad con los presos políticos, entre ellos, a Liber Seregni, líder del Frente Amplio y encarcelado por su oposición a la dictadura. Por motivos similares el General Pinochet también había prohibido su entrada al país andino. Sólo pudo cumplir su misión en Argentina donde la Junta Militar gobernante -jaqueada por la presión internacional- no necesitaba un escándalo de este tipo.
Corría el año 1979 y Luis Yáñez Barnuevo se había embarcado hacia el cono sur de América Latina - enviado por Felipe González y Willy Brandt- con el objetivo de realizar un informe de la situación política y mostrar el apoyo de la Internacional Socialista con los perseguidos políticos y sus familiares.
La tarea del español –hoy eurodiputado- fue de suma importancia para que los partidos políticos europeos y sus dirigentes endurecieran sus posiciones frente a los gobiernos militares, presionándolos para que revean sus políticas de violaciones a los derechos humanos.
Las causas eran obvias, el político español deseaba ingresar en Uruguay, entre otras cosas, para mostrar su solidaridad con los presos políticos, entre ellos, a Liber Seregni, líder del Frente Amplio y encarcelado por su oposición a la dictadura. Por motivos similares el General Pinochet también había prohibido su entrada al país andino. Sólo pudo cumplir su misión en Argentina donde la Junta Militar gobernante -jaqueada por la presión internacional- no necesitaba un escándalo de este tipo.
Corría el año 1979 y Luis Yáñez Barnuevo se había embarcado hacia el cono sur de América Latina - enviado por Felipe González y Willy Brandt- con el objetivo de realizar un informe de la situación política y mostrar el apoyo de la Internacional Socialista con los perseguidos políticos y sus familiares.
La tarea del español –hoy eurodiputado- fue de suma importancia para que los partidos políticos europeos y sus dirigentes endurecieran sus posiciones frente a los gobiernos militares, presionándolos para que revean sus políticas de violaciones a los derechos humanos.
Más de 31 años después, Yáñez Barnuevo volvió a vivir una situación similar que, seguramente, reavivó algunos de estos recuerdos en un curioso deja vu: Hace pocos días el gobierno cubano le negó la posibilidad de entrar al país sin otorgarle mayores explicaciones. Los motivos, sin embargo, pueden suponerse: Yáñez Barnuevo mantiene una posición crítica sobre el régimen de los Castro y ha manifestado públicamente su rechazo al trato que reciben los opositores en la isla.
A diferencia de lo ocurrido en Uruguay tres décadas antes, la guerra fría ya no existe y el mapa político de América Latina – con pocas excepciones- muestra un predominio de gobiernos democráticos. Además, las circunstancias de su viaje eran muy diferentes: el dirigente del PSOE poseía una visa turística emitida por el propio gobierno cubano y se encontraba en compañía de su esposa, sin ningún tipo de agenda política prevista.
Paradójicamente, la expulsión tuvo lugar días después que España asumiera la presidencia de la Unión Europea. Uno de los objetivos proclamados por los españoles es promover un cambio en la política hacia Cuba, buscando mejorar el diálogo con el régimen castrista.
En este sentido parece haber un doble rasero para juzgar estas acciones según en que países se produzcan. La tolerancia con estas medidas autoritarias –como el silencio de amplios sectores políticos frente a la represión del Estado iraní contra la oposición - se sostiene en una visión anacrónica de la geopolítica actual, aun anclada en los conflictos bipolares de mediados del siglo XX. Pero, sobre todo, subyace la idea que existe un “buen autoritarismo”, - aquel que coincide con mis ideas- y uno malo, el que las persigue.
En momentos en que la integración económica y tecnológica no deja de avanzar, es hora que comience un movimiento similar para globalizar la democracia. Para esto resulta imprescindible crear espacios supranacionales de representación que consoliden la idea de una ciudadanía global con derechos comunes y capacidad de incidencia en temas claves de la agenda global como la crisis financiera, el cambio climático y el combate contra la pobreza.
Mientras tanto, como tiempo atrás, la presión internacional sigue siendo una herramienta valida para quienes creen que las violaciones de los derechos humanos son apenas algunos daños colaterales en su fuga hacia al paraíso.
A diferencia de lo ocurrido en Uruguay tres décadas antes, la guerra fría ya no existe y el mapa político de América Latina – con pocas excepciones- muestra un predominio de gobiernos democráticos. Además, las circunstancias de su viaje eran muy diferentes: el dirigente del PSOE poseía una visa turística emitida por el propio gobierno cubano y se encontraba en compañía de su esposa, sin ningún tipo de agenda política prevista.
Paradójicamente, la expulsión tuvo lugar días después que España asumiera la presidencia de la Unión Europea. Uno de los objetivos proclamados por los españoles es promover un cambio en la política hacia Cuba, buscando mejorar el diálogo con el régimen castrista.
En este sentido parece haber un doble rasero para juzgar estas acciones según en que países se produzcan. La tolerancia con estas medidas autoritarias –como el silencio de amplios sectores políticos frente a la represión del Estado iraní contra la oposición - se sostiene en una visión anacrónica de la geopolítica actual, aun anclada en los conflictos bipolares de mediados del siglo XX. Pero, sobre todo, subyace la idea que existe un “buen autoritarismo”, - aquel que coincide con mis ideas- y uno malo, el que las persigue.
En momentos en que la integración económica y tecnológica no deja de avanzar, es hora que comience un movimiento similar para globalizar la democracia. Para esto resulta imprescindible crear espacios supranacionales de representación que consoliden la idea de una ciudadanía global con derechos comunes y capacidad de incidencia en temas claves de la agenda global como la crisis financiera, el cambio climático y el combate contra la pobreza.
Mientras tanto, como tiempo atrás, la presión internacional sigue siendo una herramienta valida para quienes creen que las violaciones de los derechos humanos son apenas algunos daños colaterales en su fuga hacia al paraíso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario