Días pasados murió el historiador Félix Luna. La amplia cobertura de la noticia por los distintos medios de comunicación dan una idea de su importancia pública. Félix Luna no sólo fue un profesional de la Historia, fue un intelectual en el sentido integral del término, casi al estilo renacentista: Historiador, abogado, editor, periodista, artista, funcionario público, participó de la vida cultural de su tiempo sin despreciar la política ni ocultar su ideología.
Hizo de la divulgación histórica su marca registrada. Fue un adelantado a la hora de considerar la biografía como un documento con rigor histórico y de utilizar los comics como instrumento para llevar la Historia a los más chicos. “Todo es Historia” es aun hoy una revista imprescindible para los amantes del género pero, también, fue un posible comienzo para que estudiantes y egresados recientes pudieran hacer sus primeras publicaciones.
A diferencia de su vulgar sucesor, Felipe Pigna, nunca transformó su obra en un Mc Donalds de la historia, ni se convirtió en un personaje mediático e inaccesible, por el contrario, son comunes los testimonios sobre su excelente talante y generosidad.
Recuerdo siendo estudiante, haberle pedido una entrevista para una revista estudiantil a lo que se prestó sin ningún tipo de problema, respondiendo cada pregunta como si yo fuera periodista de algún medio importante. De sus libros, probablemente “el 45”, “Soy Roca” y la biografía de Hipólito Yrigoyen fueron los más logrados. Sin embargo, el que más me impactó fue “Conversaciones con José Luís Romero”, indispensable para los que deseen convertirse alguna vez en historiadores.
Para mí, lo más llamativo de su trayectoria fue la combinación de su actividad profesional con una amplia faceta artística. De la sociedad con Ariel Ramírez nacieron La Misa Criolla (1963); Los Caudillos (1966); Mujeres argentinas (1968) y Cantata Sudamericana (1971). Entre sus 28 canciones, seguramente, la celebre “Alfonsina y el mar” estará destinada a perdurar junto a su nombre.
Sin embargo, tanto talento y reconocimiento no permeó a la historia académica ni a sus “progresistas” representantes. Hay motivos para eso. Félix Luna no era un hombre de izquierda, no incluía desmesuradas retóricas setentistas en sus trabajos ni consideraba a la Facultad de Filosofía y Letras el centro del saber mundial. Sobre todo, jamás se consideró un Juez con competencias absolutas sobre el pasado ni a la Historia como un arma para arrojar en la cabeza de quienes disentían con él.
Hizo de la divulgación histórica su marca registrada. Fue un adelantado a la hora de considerar la biografía como un documento con rigor histórico y de utilizar los comics como instrumento para llevar la Historia a los más chicos. “Todo es Historia” es aun hoy una revista imprescindible para los amantes del género pero, también, fue un posible comienzo para que estudiantes y egresados recientes pudieran hacer sus primeras publicaciones.
A diferencia de su vulgar sucesor, Felipe Pigna, nunca transformó su obra en un Mc Donalds de la historia, ni se convirtió en un personaje mediático e inaccesible, por el contrario, son comunes los testimonios sobre su excelente talante y generosidad.
Recuerdo siendo estudiante, haberle pedido una entrevista para una revista estudiantil a lo que se prestó sin ningún tipo de problema, respondiendo cada pregunta como si yo fuera periodista de algún medio importante. De sus libros, probablemente “el 45”, “Soy Roca” y la biografía de Hipólito Yrigoyen fueron los más logrados. Sin embargo, el que más me impactó fue “Conversaciones con José Luís Romero”, indispensable para los que deseen convertirse alguna vez en historiadores.
Para mí, lo más llamativo de su trayectoria fue la combinación de su actividad profesional con una amplia faceta artística. De la sociedad con Ariel Ramírez nacieron La Misa Criolla (1963); Los Caudillos (1966); Mujeres argentinas (1968) y Cantata Sudamericana (1971). Entre sus 28 canciones, seguramente, la celebre “Alfonsina y el mar” estará destinada a perdurar junto a su nombre.
Sin embargo, tanto talento y reconocimiento no permeó a la historia académica ni a sus “progresistas” representantes. Hay motivos para eso. Félix Luna no era un hombre de izquierda, no incluía desmesuradas retóricas setentistas en sus trabajos ni consideraba a la Facultad de Filosofía y Letras el centro del saber mundial. Sobre todo, jamás se consideró un Juez con competencias absolutas sobre el pasado ni a la Historia como un arma para arrojar en la cabeza de quienes disentían con él.
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