Otro año más con la Feria del Libro y, nuevamente, los debates son constantes. Siempre en punta, los intelectuales progres con look afectado, como por ejemplo Beatriz Sarlo, reniegan de la Feria por su masividad o la pérdida de alguna escencia original y misteriosa que tenía cuando apenas un cuarto de la gente concurría a recorrerla. Las críticas de la gente que, año tras año, abarrota las instalaciones, tiene que ver con causas más terrenales: la falta de espacio, los precios elevados en bares, kioskos y libros y la insoportable cantidad de gente que transita los pasillos. Los precios de productos comestibles rondan lo exorbitante. Guillermo Moreno debería darse una vuelva para medir allí el crecimiento inflacionario.
La Feria del Libro cumplió un ciclo y debe ser repensada ante el peligro de convertirla en un mero almacén de venta de productos relacionados con la cultura. El año pasado el slogan de la Feria fue "El lugar del lector". Sin embargo, dentro de a Feria, lo que menos se encuentra es el lugar del lector.
Dentro del predio, con aisladas y reducidas excepciones, no existen lugares donde se pueda leer tranquilo, ni siquiera sentarse a descansar sin necesidad de hacer filas o abonar cantidades desmesuradas. El objetivo parece ser que el visitante compre rápido y se vaya y, si algun día tiene tiempo, que lea, pero en su casa. ¿Es posible tener una industria editorial poderosa en una sociedad donde los índices de lectura estan casi en números negativos? ¿No será necesario estimular los hábitos lectores al mismo tiempo que se estimula el consumo?.
De todos modos, cuando la fiesta termine, nos dirán que hubo otro record de público y que las editoriales y librerías embolsaron algunos pesos más o menos que el año pasado. Todos aplaudirán y seguiremos pensando que Argentina va bien.
De todos modos, cuando la fiesta termine, nos dirán que hubo otro record de público y que las editoriales y librerías embolsaron algunos pesos más o menos que el año pasado. Todos aplaudirán y seguiremos pensando que Argentina va bien.
1 comentario:
Las ferias de otros países (Londres, París, Frankfurt) tienen la particularidad de ser principalmente para la gente de la industria editorial; para los públicos están las librerías.
El regionalismo argentino incorpora a los públicos en una suerte de shopping o mercado de producciones culturales, espectáculos, entretenimientos, recetas de cocina incluidas, que lejos pueden pensarse, pese a las buenas intenciones, en clave de gesto democratizador de la cultura. Sí, tal vez, de lo que se trate sea de preservar un vínculo con la cultura de la letra, formateada en base al zapping, al shopping y al espectáculo televisivo. Esta sería una dimensión del problema, los rasgos locales del procesamiento de la cultura en un como sí, un simulacro de accesibilidad a repertorios culturales variados por parte de grandes capas de población. Cuestión vinculada al mercado, y que poco tiene que ver, creo, con la posibilidad de generar hábitos lectores o transmitir el placer y las bondades de la lectura.
Comparto: en la feria no hay lugar para leer, para el lector, ni tampoco alcanza con poner a disposición libros y espectáculos, (tampoco claro, regalando el facundo en la cancha, en los recitales, ni en las playas bonaerenses) para tentar a la lectura.
Tal vez vivimos en sociedades donde la lectura no es un valor; lo es por hipocresía, por lo que la gente dice para no quedar mal o para calmar su conciencia pasando una tarde por año en la Feria del libro; tal vez estemos todos más o menos de acuerdo en que, en la sociedad que vivimos, viendo el asunto desde el punto de vista de los hábitos concretos de la población en su mayoría, lecturas y lectores, lamentablemente, no tengan demasiado lugar.
Me quedo un poco largo el comentario, disculpas por ello.
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