Las discusiones posteriores a las elecciones presidenciales derivaron
en un fenómeno recurrente de los últimos años: la subestimación y el
ninguneo a los seguidores y electores de Cambiemos.
Desde el progresismo hacia la izquierda se los caracterizó
reiteradamente como un sector antipolítico, cacerolero, desclasado,
guiado por el odio, antipobres o clasemedieros por mencionar
solo algunos.
El inesperado poco más de 40 por ciento que obtuvo la
formula Macri-Pichetto en las recientes elecciones revivió ese malestar
por la existencia de un espacio que no es posible procesar –sobre todo
por su magnitud– con la clásica división pueblo-oligarquía u otras de la
inagotable cantera jauretchiana. Frente a esta realidad, la estrategia
fue la negación y, en algunos casos, la apelación a un supuesto fraude
electoral
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