martes, 20 de enero de 2015

Dar la cara


Mucho se debate sobre si CFK es o no una estadista. Mi opinión personal es que no lo es.  Lejísimo está de serlo. Sin embargo, otros piensan que es el mejor “cuadro” político de los últimos 30 o 40 años. Ahora bien, más allá de las posiciones ¿cómo debería haberse comportado un estadista en momentos tan complejos como los que generó la muerte del fiscal Alberto Nisman?

Ser un estadista no implica solamente ser un intelectual reconocido, como lo es, por ejemplo, Fernando Henrique Cardozo (admito que no he leído nada de la obra escrita de CFK para juzgarla en ese sentido). 

Un estadista sabe, intuye, que la sociedad que lidera (o parte de ella) está en un momento de incertidumbre, angustia o miedo, por el presente o por el futuro inmediato. En esos momentos el líder debe aparecer, aunque no tenga certezas de lo ocurrido y como solucionarlo. Su presencia frente a la sociedad reafirma que hay un liderazgo, una conducción, aporta serenidad y trae certezas donde solo hay preguntas sin respuestas.

Por eso pienso que CFK debió hablar en vivo y directo por cadena nacional. Y debio hacerlo en el momento que correspondía, es decir, a las pocas horas de descubrirse el hecho.

Aún cuando haya mucha gente que no le crea nada a la presidente, unas palabras razonables, calmadas, mostrándose humana y firme, solidaria con los deudos y garantizando el normal funcionamiento institucional, podrían ser un bálsamo en un momento en que muchos divisan el precipicio más cerca de lo soportable.

No hacen falta anuncios espectaculares ni descubrimientos explosivos. Posiblemente, como en un duelo colectivo o en un funeral particular, la presencia alcanza (a corto plazo, en la inmediatez de los sucesos). En esos momentos, el verdadero estadista intuye la necesidad de su presencia, incluso, la de su inmolación política inmediata, para luego recomponer un vínculo de confianza entre parte de la sociedad y las instituciones.

El caso del presidente frances Hollande es apropiado como ejemplo. Luego de su aparición publica tras el atentado, recompuso su liderazgo político y subió muchos puntos en las encuestas de opinión. Más allá que en pocas semanas los vuelva perder por otros motivos. En cambio, la cobarde decisión del ex presidente De la Rua de anunciar el estado de sitio en un discurso grabado o la de Aníbal Ibarra de esconderse la noche de Cromagnon son una posible muestra de lo contrario.  

La respuesta de CFK fue diametralmente opuesta a la de Hollande. CFK fue fría, distante y se dirigió desde una red social donde no queda claro quien es la persona que realmemnte elabora el mensaje. CFK actuó con un calculo excesivo, sembrando dudas sobre el muerto, acusando conspiraciones sin rostros y siempre hablando de ella.  

Con sus mensajes, la presidente argentina tensó más el ambiente político. CFK dejó una importante parte de la sociedad librada a creer lo que quiera, sin ningún tipo voz oficial que ponga algún paño de frío sobre la incertidumbre. 

Muy poco para lo que necesita el país en estos días tan oscuros. Muy poco para ser considerada una estadista

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