Días atrás leí que se realizaría en el cine del INCAA (Congreso) un festival de directores europeos que contaba en su programación con la película Looking for Eric de Ken Loach. Diversos motivos me atraían a ver la película: La trayectoria de Loach (Tierra y Libertad y La canción de Carla, entre otras), que me gustan las historias de perdedores urbanos, la metáfora con Eric Cantona –muy maradoniana- y que en una librería de Paris la vi a la venta hace unos meses y deseché su compra porque no venía subtitulada.
Por ello decidí ir a comprar un par de tickets. Lo hice un día antes, suponiendo que, al proyectarse un sábado a la noche, combinado con el bajo precio de venta por el subsidio estatal (8 pesos), se produciría una afluencia de público más que importante.
Lo primero que me sorprendió fue que la persona que vendía los boletos –una señora mal vestida y excedida largamente de peso- anotaba a mano con un birome Bic y en la misma entrada la hora del evento: “Sábado 20.30 hs.”. No quiero ser prejuicioso, pero tenía todo la estética y los tics de la empleada pública de Gasalla. Claro, en ese momento recordé que ella era una empleada pública ya que ese cine estaba bajo la orbita del INCAA.
Sin prestar más atención, me fui del cine con mis entradas y volví al día siguiente. Una hora antes del inicio de la proyección la fila ya pasaba la mitad de la cuadra. Siendo las 21.00 hs., es decir media hora pasada del supuesto inicio de la película, aun seguíamos en la fila. A los poco minutos comenzamos a entrar.
La primera señal que las cosas no andaban del todo bien fue cuando llegué a la puerta de la sala. Ahí vi que mi entrada era verde claro y en la caja se acumulaban entradas cortadas de color azul. Las dos personas que estaban controlando (una cortaba los tickets, la otra conversaba animadamente con él) no se dieron por enteradas. Ante mi consulta –que interrumpía la charla futbolera de los dos cortadores públicos de entradas- me miraron con desden y con cierto fastidio. Uno de ellos me dijo que estaba todo bien y que pasara a la sala.
Hice caso a la sugerencia y me acomodé en una de las butacas. La sala es realmente enorme y bella, aunque el descuido y la falta de mantenimiento resaltan a la mirada un poco más detallada.
De a poco la sala comenzó a completarse. Las entradas eran sin numerar, lo cual en un evento de esa clase es algo ilógico y que tiende al desorden y a la ley de la selva. A las 21.10 la sala estaba repleta y a las 21.20 la cantidad de gente ya comenzó a sobrepasar la de butacas. Las personas que no tenían lugar donde sentarse comenzaron a hacerlo en el piso de los pasillos. A las 21.25 ya era imposible pasar por los pasillos de la cantidad de gente sentada que además, comenzaba a reclamar que se les pusiera sillas.
La escena podía describirse como un “parque Indoamericano transitorio”. Ante la sobreventa, la gente “tomó” los pasillos y luego reclamó sillas para institucionalizar una situación totalmente anormal, además de peligrosa. No reclamaban una función bien organizada, querían sillas en los pasillos, total, ya que estamos acostumbrados a vivir mal, al menos estamos dentro del Circo. Para calmar la situación, alguien tomó un micrófono y anunció que pronto proveerían de sillas, que finalmente nunca llegaron, por suerte, ya que en caso de algún imprevisto, hubiera sido imposible evacuar la sala.
Siendo las 21.30 –una hora después de la hora fijada para el inicio de la proyección- una mujer tomo el micrófono, saludo a todos y todas y luego se presentó como la Directora del INCAA. Pletórica anunció que esa proyección era posible por las nuevas políticas del Estado argentino (dijo exactamente “del querido Estado argentino”, si, el mismo del genocidio y otras tantas delicias, pensé yo). Repitió todos los tópicos del berretismo nacionalista, aunque adaptados al cine (incluyendo la crítica al cine yankee ya que todas las películas son de tanques y guerra, dijo la especialista).
Obviamente la sala estalló en un aplauso. Estatismo populista más crítica a EE.UU. No puede fallar. Poco importó que llevaramos una hora de retraso y la precariedad de la situación. De hecho, me pareció que los que más aplaudieron fueron los que estaban arrojados en los pasillos.
La mujer siguió con su perorata (por suerte no lo mencionó a Él ni lagrimeó) y finalmente anunció que estaba presente en la sala el Director de la película. Ahí comprendí que era difícil que estuviera Ken Loach y que por lo tanto no era la película que yo había ido a ver. Efectivamente, Gaspar Noé, tomó el micrófono y comenzó a hablar del film que se vería a continuación: Enter the Void.
Yo conocía su obra y había leído sobre la película que presentaría en el festival. Sabía que era muy violenta. Explícita y provocadoramente violenta, como su anterior película, Irreversible. Cuando el director dijo que la película duraba 2 horas y 40 minutos, no lo dudé. Salté como un resorte de la butaca, tomé la mano de mi acompañante y busqué la salida eludiendo como podía a las personas sentadas en los pasillos. Noté que algunas de ellas comenzaban a mirar con ansiedad las dos butacas que quedaban libres y con mirada asesina a sus posibles competidores en el asalto.
En medio de la incredulidad mezclada con fastidio, fui a la ventanilla de venta de tickets donde estaba la misma señora gasallesca. Le expliqué la situación deseando que me dijera que aun estaba a tiempo de ir a ver la película que yo quería, pero no. Me dijo que el horario del comienzo del film de Loach había sido a las 18.30 y que me había confundido. Sin embargo, su letra, estampada en mi entrada verde con birome Bic no daba lugar a la duda: “20.30 hs.”. La señora mal vestida y de rústicos modales estaba frente a la evidencia y trató de explicar lo inexplicable.
Me dijo que esas mismas entradas que tenía en mi poder ya cortadas, me servirían para la función del lunes si ella le estampaba su firma (total, lo paga el Estado). A ella y los cortadores de entradas les importaba un corno el “querido Estado nacional”, estaban en un cine como en una expendedora pública de salames, concientes de sus derechos corporativos y sindicales pero no tanto de sus deberes y obligaciones.
Para completar la escenografía de subsidios, ineficiencia y falta de respeto por cualquier organización formal, resta decir que la película era de un director argentino -por lo cual no correspondía incorporarla en un festival europeo- y que el mismo Gaspar Noe contó en la sala que su película fue financiada íntegramente por importantes capitales del circuito comercial, que, seguramente, no necesitan del subsidio de nuestro “querido Estado” para lograr su difusión, al menos no tanto como quienes exigían una vivienda en Villa Soldati.
Yo, perdí el dinero de las entradas, no pude ver la película, me quedé con la mala leche, el tiempo perdido (encima ese día y a esa hora jugaban River y Colón) y con la irremediable sensación que todo eso no había ocurrido en nuestro país de sueños sino por mi imaginación gorila y por la culpa de Magnetto.
Por ello decidí ir a comprar un par de tickets. Lo hice un día antes, suponiendo que, al proyectarse un sábado a la noche, combinado con el bajo precio de venta por el subsidio estatal (8 pesos), se produciría una afluencia de público más que importante.
Lo primero que me sorprendió fue que la persona que vendía los boletos –una señora mal vestida y excedida largamente de peso- anotaba a mano con un birome Bic y en la misma entrada la hora del evento: “Sábado 20.30 hs.”. No quiero ser prejuicioso, pero tenía todo la estética y los tics de la empleada pública de Gasalla. Claro, en ese momento recordé que ella era una empleada pública ya que ese cine estaba bajo la orbita del INCAA.
Sin prestar más atención, me fui del cine con mis entradas y volví al día siguiente. Una hora antes del inicio de la proyección la fila ya pasaba la mitad de la cuadra. Siendo las 21.00 hs., es decir media hora pasada del supuesto inicio de la película, aun seguíamos en la fila. A los poco minutos comenzamos a entrar.
La primera señal que las cosas no andaban del todo bien fue cuando llegué a la puerta de la sala. Ahí vi que mi entrada era verde claro y en la caja se acumulaban entradas cortadas de color azul. Las dos personas que estaban controlando (una cortaba los tickets, la otra conversaba animadamente con él) no se dieron por enteradas. Ante mi consulta –que interrumpía la charla futbolera de los dos cortadores públicos de entradas- me miraron con desden y con cierto fastidio. Uno de ellos me dijo que estaba todo bien y que pasara a la sala.
Hice caso a la sugerencia y me acomodé en una de las butacas. La sala es realmente enorme y bella, aunque el descuido y la falta de mantenimiento resaltan a la mirada un poco más detallada.
De a poco la sala comenzó a completarse. Las entradas eran sin numerar, lo cual en un evento de esa clase es algo ilógico y que tiende al desorden y a la ley de la selva. A las 21.10 la sala estaba repleta y a las 21.20 la cantidad de gente ya comenzó a sobrepasar la de butacas. Las personas que no tenían lugar donde sentarse comenzaron a hacerlo en el piso de los pasillos. A las 21.25 ya era imposible pasar por los pasillos de la cantidad de gente sentada que además, comenzaba a reclamar que se les pusiera sillas.
La escena podía describirse como un “parque Indoamericano transitorio”. Ante la sobreventa, la gente “tomó” los pasillos y luego reclamó sillas para institucionalizar una situación totalmente anormal, además de peligrosa. No reclamaban una función bien organizada, querían sillas en los pasillos, total, ya que estamos acostumbrados a vivir mal, al menos estamos dentro del Circo. Para calmar la situación, alguien tomó un micrófono y anunció que pronto proveerían de sillas, que finalmente nunca llegaron, por suerte, ya que en caso de algún imprevisto, hubiera sido imposible evacuar la sala.
Siendo las 21.30 –una hora después de la hora fijada para el inicio de la proyección- una mujer tomo el micrófono, saludo a todos y todas y luego se presentó como la Directora del INCAA. Pletórica anunció que esa proyección era posible por las nuevas políticas del Estado argentino (dijo exactamente “del querido Estado argentino”, si, el mismo del genocidio y otras tantas delicias, pensé yo). Repitió todos los tópicos del berretismo nacionalista, aunque adaptados al cine (incluyendo la crítica al cine yankee ya que todas las películas son de tanques y guerra, dijo la especialista).
Obviamente la sala estalló en un aplauso. Estatismo populista más crítica a EE.UU. No puede fallar. Poco importó que llevaramos una hora de retraso y la precariedad de la situación. De hecho, me pareció que los que más aplaudieron fueron los que estaban arrojados en los pasillos.
La mujer siguió con su perorata (por suerte no lo mencionó a Él ni lagrimeó) y finalmente anunció que estaba presente en la sala el Director de la película. Ahí comprendí que era difícil que estuviera Ken Loach y que por lo tanto no era la película que yo había ido a ver. Efectivamente, Gaspar Noé, tomó el micrófono y comenzó a hablar del film que se vería a continuación: Enter the Void.
Yo conocía su obra y había leído sobre la película que presentaría en el festival. Sabía que era muy violenta. Explícita y provocadoramente violenta, como su anterior película, Irreversible. Cuando el director dijo que la película duraba 2 horas y 40 minutos, no lo dudé. Salté como un resorte de la butaca, tomé la mano de mi acompañante y busqué la salida eludiendo como podía a las personas sentadas en los pasillos. Noté que algunas de ellas comenzaban a mirar con ansiedad las dos butacas que quedaban libres y con mirada asesina a sus posibles competidores en el asalto.
En medio de la incredulidad mezclada con fastidio, fui a la ventanilla de venta de tickets donde estaba la misma señora gasallesca. Le expliqué la situación deseando que me dijera que aun estaba a tiempo de ir a ver la película que yo quería, pero no. Me dijo que el horario del comienzo del film de Loach había sido a las 18.30 y que me había confundido. Sin embargo, su letra, estampada en mi entrada verde con birome Bic no daba lugar a la duda: “20.30 hs.”. La señora mal vestida y de rústicos modales estaba frente a la evidencia y trató de explicar lo inexplicable.
Me dijo que esas mismas entradas que tenía en mi poder ya cortadas, me servirían para la función del lunes si ella le estampaba su firma (total, lo paga el Estado). A ella y los cortadores de entradas les importaba un corno el “querido Estado nacional”, estaban en un cine como en una expendedora pública de salames, concientes de sus derechos corporativos y sindicales pero no tanto de sus deberes y obligaciones.
Para completar la escenografía de subsidios, ineficiencia y falta de respeto por cualquier organización formal, resta decir que la película era de un director argentino -por lo cual no correspondía incorporarla en un festival europeo- y que el mismo Gaspar Noe contó en la sala que su película fue financiada íntegramente por importantes capitales del circuito comercial, que, seguramente, no necesitan del subsidio de nuestro “querido Estado” para lograr su difusión, al menos no tanto como quienes exigían una vivienda en Villa Soldati.
Yo, perdí el dinero de las entradas, no pude ver la película, me quedé con la mala leche, el tiempo perdido (encima ese día y a esa hora jugaban River y Colón) y con la irremediable sensación que todo eso no había ocurrido en nuestro país de sueños sino por mi imaginación gorila y por la culpa de Magnetto.
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