Emocionada por el piropo –¡genia!, le gritaron- CFK no pudo contenerse y las palabras brotaron de ella, una vez más, sin pasar por el filtro de uno de los centros nerviosos constitutivos del encéfalo y situado en la parte anterior y superior de la cavidad craneal (comúnmente llamado cerebro).
El sentido de las palabras nunca fue el fuerte de los Kirchner. Para ellos, como buenos políticos posmodernos, lo importante es el medio, el impacto, lo efímero, lo que hoy se dice y mañana se desdice. En ese mundo entre Marx y Sui Generis –donde todo lo sólido se desvanece en el aire como pompas de jabón – las palabras no significan nada. Son cáscaras vacías que transportan las ansias de poder por el camino más eficiente que se encuentre.
El sentido de las palabras nunca fue el fuerte de los Kirchner. Seguramente por eso no sorprende que lo aquí relatado haya sucedido en la sede de la Biblioteca Nacional, paradojicamente, el lugar donde se atesoran, se guardan y se trabaja con las palabras dichas y escritas.
Todo comenzó cuando alguien del público le arrojó el admirado “¡genia!". Al instante, CFK tomó el halago ubicándolo en la tradición mitológica de la literatura fantástica. Así, afirmó que de ser “una genia”, haría desaparecer a varias personas. Claramente la frase no podía ser más desafortunada en el mundo real. Incluso, superaba en su brutalidad a la del secuestro de los goles, ya que, en esta ocasión, se colocaba a ella misma como la desaparecedora (y no al temible Futbol de Primera).
Si bien no hay una definición única ni un consenso de los "especialistas" – ni siquiera un testigo ocular- sobre la existencia y la actividad de los genios (los que salen de las lámparas mágicas, no los Einstein), la utilización hecha por CFK es a priori equivocada aunque, viniendo sin escalas desde su inconciente, también es una muestra de sus creencias más profundas y oscuras.
Como bien dice mi amigo Pablo Valles, y por lo que se sabe al respecto, los genios no hacen desaparecer gente. Los genios salen de una lámpara mágica (con forma de tetera) y cumplen los deseos –generalmente tres- de quienes la hubieran frotado inmediatamente antes. Como agradecimiento por haberlos liberado, los genios hacían aparecer cosas a pedido del afortunado frotador. Aladino es, quizás, el más famoso de ellos.
Por el contrario, los que hacían desaparecer a algunos (como desearía hacer CFK) eran los brujos, justamente, como algunos personajes históricos del partido de la señora presidenta.
En fin, quizás hubiéramos esperado de una presidenta progresista que, de haber salido de una lámpara mágica, en vez de desaparecer gente - y convertirse en bruja- hubiese hecho aparecer a Julio López -y ser genia, al menos una vez-.
PD: La palabra "genio" pertenece a los nombres ambiguos, es decir, que puede ubicarse en los dos géneros. Se puede decir el genio o la genio, pero no “genia”. Ni aun en la Biblioteca Nacional.
El sentido de las palabras nunca fue el fuerte de los Kirchner. Para ellos, como buenos políticos posmodernos, lo importante es el medio, el impacto, lo efímero, lo que hoy se dice y mañana se desdice. En ese mundo entre Marx y Sui Generis –donde todo lo sólido se desvanece en el aire como pompas de jabón – las palabras no significan nada. Son cáscaras vacías que transportan las ansias de poder por el camino más eficiente que se encuentre.
El sentido de las palabras nunca fue el fuerte de los Kirchner. Seguramente por eso no sorprende que lo aquí relatado haya sucedido en la sede de la Biblioteca Nacional, paradojicamente, el lugar donde se atesoran, se guardan y se trabaja con las palabras dichas y escritas.
Todo comenzó cuando alguien del público le arrojó el admirado “¡genia!". Al instante, CFK tomó el halago ubicándolo en la tradición mitológica de la literatura fantástica. Así, afirmó que de ser “una genia”, haría desaparecer a varias personas. Claramente la frase no podía ser más desafortunada en el mundo real. Incluso, superaba en su brutalidad a la del secuestro de los goles, ya que, en esta ocasión, se colocaba a ella misma como la desaparecedora (y no al temible Futbol de Primera).
Si bien no hay una definición única ni un consenso de los "especialistas" – ni siquiera un testigo ocular- sobre la existencia y la actividad de los genios (los que salen de las lámparas mágicas, no los Einstein), la utilización hecha por CFK es a priori equivocada aunque, viniendo sin escalas desde su inconciente, también es una muestra de sus creencias más profundas y oscuras.
Como bien dice mi amigo Pablo Valles, y por lo que se sabe al respecto, los genios no hacen desaparecer gente. Los genios salen de una lámpara mágica (con forma de tetera) y cumplen los deseos –generalmente tres- de quienes la hubieran frotado inmediatamente antes. Como agradecimiento por haberlos liberado, los genios hacían aparecer cosas a pedido del afortunado frotador. Aladino es, quizás, el más famoso de ellos.
Por el contrario, los que hacían desaparecer a algunos (como desearía hacer CFK) eran los brujos, justamente, como algunos personajes históricos del partido de la señora presidenta.
En fin, quizás hubiéramos esperado de una presidenta progresista que, de haber salido de una lámpara mágica, en vez de desaparecer gente - y convertirse en bruja- hubiese hecho aparecer a Julio López -y ser genia, al menos una vez-.
PD: La palabra "genio" pertenece a los nombres ambiguos, es decir, que puede ubicarse en los dos géneros. Se puede decir el genio o la genio, pero no “genia”. Ni aun en la Biblioteca Nacional.
1 comentario:
Muito bom.
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