martes, 1 de diciembre de 2009

El poder banal

Una de las características más llamativas (y persistentes) del matrimonio gobernante ha sido su capacidad de banalizar hasta el extremo todo tipo de discusiones, desde las más simples hasta las más complejas.

No importa la trascendencia del tema coyunturalmente tratado. Sea la extracción del ADN o la reforma política, las AFJP, Aerolíneas, el fútbol, la Biblia o el calefón. Todo es igual, nada es mejor: se “saca” rápido y en forma desprolija, con ambiente de cancha en día de clásico, sin escuchar a nadie (excepto a los propios), con arrepentidos caracterizados que cambian su voto abruptamente y reduciendo todo escenario político entre dos opciones de hierro: el neoliberalismo y/o los militares y sus retoños o el proyecto del gobierno defensor de los intereses del pueblo.

Sobre esto quisiera señalar una de las características principales del kirchnerismo: La utilización permanente de la historia en forma, paradójicamente, totalmente ahistórica. Los hechos se recortan, se sacan de su contexto, se mezclan, se intercambia el lugar de los protagonistas (a quienes participaron ayer pero hoy no son “amigos” se los elimina, quienes nunca estuvieron pasan a ser actores principales). Los “amigos” no tienen pasado o no pagan costo por él, en cambio, para los adversarios, todo pasado, aun el no vivido, les pertenece en forma de deuda permanente e imprescribible.

El discurso sobre el pasado (y su análisis) no se toma como insumo o guía para nutrir la experiencia ya que todo transcurre en el plano de lo discursivo. Un discurso banal desde su misma enunciación. Se secuestran las personas y los goles. Todo es igual, nada es mejor. El relato kirchnerista es la Historia denunciada por Hyden White y el giro lingüístico, apenas una literatura de ciencia ficción protagonizada por personas con nombres reales pero cuyos actos son productos novelados.

Y así, una vez más esto se pudo ver con el circo montado alrededor de la conmemoración del acuerdo por el Canal del Beagle firmado durante los años ochenta. Seguramente hubo entonces algo de cálculo político en Alfonsín, pero también mucho de creencias personales y responsabilidad. La historia ya es conocida. El gobierno argentino de entonces se jugó por el acuerdo que clausuraba la posibilidad de una guerra con los vecinos andinos. A pesar del contundente resultado del plebiscito y la presión internacional, el PJ decidió oponerse en ambas Cámaras llevando el acuerdo casi hasta el naufragio en el Senado, donde no corrió la misma suerte que la Ley Mucci por apenas un voto.

Sin embargo, durante estos días no se escuchó ninguna autocrítica de parte de la Presidente Fernández y su consorte Presidente del PJ. Ambos por entonces militaban y apoyaban al PJ. Ella mismo recordó votar a Luder y ser parte del aparato del PJ por aquellos años. Tampoco aclaró su prédica nacionalista (casi antichilena) en ocasión del acuerdo por los hielos continentales en los años noventa (en cambio no se los escuchó quejarse tanto por las privatizaciones).

La conmemoración del acuerdo argentino/chileno sólo le sirvió para escapar un ratito de las malas noticias del país, obtener algún rédito político y lucir su sombrero de funeral. De todos modos esa falta de arrepentimiento fue lo único honesto por parte de ella en todo este viaje.
La conmemoración del acuerdo no le permitió repensar el conflicto con Uruguay por Botnia ni si quiera incorporar la idea que ceder es una parte importante para limitar los conflictos con los demás. La experiencia de Este pasado es para el museo no para refexionar sobre la práctica. Lo único que vincula al pasado con el presente en la política k es legitimar la acumulación de poder.

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