Nuestro país parece ser bastante pródigo en la producción de militantes y partidos trotskistas. ¡Sí!, ¡hablo en serio! No podría jurarlo, ni sostenerlo con pruebas empíricas, pero pocos países en el mundo deben contar en su sistema partidario con tantos partidos trotskistas como existen en Argentina y esto debiera tener alguna explicación.
Entre los grupos más conocidos y activos se encuentran el Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS), el Movimiento al Socialismo (MAS), el Partido Obrero (PO) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) con sus diversas escisiones. Además de estos, existen otros partidos políticos menos conocidos que, también, participan en las elecciones nacionales. A saber, la Liga Socialista Revolucionaria (LSR), la Izquierda Socialista (IS); el Frente Obrero Socialista (FOS) y la Convergencia Socialista (CS).
Distintas alianzas entre estos partidos encabezan importantes centros de estudiantes y federaciones estudiantiles secundarias y universitarias, fundamentalmente, en Buenos Aires. Pero además, durante los años 90, Argentina ha sido el primer país de América Latina en contar con un congresista trotskista, Luis Zamora, en aquella ocasión referente del MAS. Hoy, solitario líder del primer partido vecinalista neotrotskista: Autonomía y Libertad (AyL), que ha obtenido sorprendentes resultados en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
A diferencia de otras tendencias, los trotskistas cuentan con una gran desventaja. En una supuesta mesa donde se sentaran los representantes de las más diversas ideologías que alguna vez hayan gobernado un pedazo de tierra y dirigido a un colectivo humano, podríamos encontrar una fauna numerosa y diversa: comunistas, stalinistas, leninistas, marxistas, castristas, guevaristas, maoistas, eurocomunistas, incluyendo a los defensores del socialismo vietnamita, yugoslavo, libio, chino o rumano.
Desde otra perspectiva, pero en la misma mesa, podríamos encontrar populismos y neopopulismos de distinto cuño, republicanos y monárquicos, liberales y conservadores, neoconservadores y neoliberales, socialdemócratas diversos, laboristas, nacionalistas, regionalistas, verdes, sionistas, islámicos (chiitas y sunnitas), budistas, católicos y demócratas cristianos, fascistas, nazis, neofascistas y neonazis y seguro que algunos otros que me olvido.
A pesar de las notables diferencias que existen entre estos grupos, todos ellos tienen algo en común: En algún momento, en un tiempo y espacio determinado, están en condiciones de aportar un ejemplo de gobierno que puede considerarse un referente de su ideología. Esto significa que se plasmó como opción de gobierno y desde allí modeló una sociedad (o intentó hacerlo), siguiendo los lineamientos previstos en dicho corpus ideológico.
Sin embargo, nunca pero nunca, hubo un Estado trotskista, ni siquiera por 5 minutos. Y esto puede estar relacionado con la misma trayectoria vital y política de su líder, León Trotsky. Estirando un poco las ideas de Maurice Duverger, podríamos afirmar que la forma en que un movimiento nace (como la infancia de un ser humano) influencia decisivamente los acontecimientos del resto de su vida.
Nadie sabe como hubiera sido la URSS liderada por Trotsky. Trotsky fue derrotado políticamente y luego asesinado mediante una conspiración urdida por Stalin. Fue tan bestial la política stalinista que podríamos arriesgar que, casi cualquier otra cosa, incluyendo al trotskismo, hubiera sido mejor que lo efectivamente hecho. Pero, a ciencia cierta, no lo sabemos. Y ahondar en “como hubiera sido si” sería ingresar en el mundo de la historia contra fáctica, tan atractiva como estéril.
Así, el trotskismo se convierte en una comunidad imaginada, utilizando el término acuñado por Benedict Anderson. La “comunidad imaginada” se define por la veneración de una mitología fundacional que se revive cotidianamente a través de distintos ritos que, una y otra vez, remiten a este momento mítico que no es posible superar y que condiciona cualquier presente. En la cabeza de los trotskistas, una y otra vez Stalin asesina a Trotsky y una y otra vez la conspiración del poder es la culpable de colocar al trotskismo en el terreno de lo que pudo ser (pero no fue).
El trotskismo se vuelve un movimiento utópico por excelencia. Sólo existe en la imaginación de cada uno de sus seguidores. Cada trotskista puede imaginarlo como lo deseé. “Imagina tu propia sociedad trotskista”. Al ser un grupo unido básicamente por la imaginación, se vuelve también más proclive a la ruptura y al disenso, también a las grandes frustraciones. Es que la imaginación es una práctica más bien individual y por ello pocas veces se logran materializar deseos imaginarios masivos, al unísono y satisfactorios para todos los soñadores. La realidad es el principal obstáculo de la imaginación.
Y este condimento de insatisfacción permanente se vuelve una característica propia de los trotskistas, por esto, sus huestes son fundamentalmente adolescentes e intelectuales. Además, ambos grupos generalmente están alejados de las rudas exigencias de la realidad y también, por eso mismo, hay tan pocos obreros y pobres trotskistas, más acostumbrados a lidiar con las penurias del presente que vivir esperando la concreción de fantasías recurrentemente incumplidas.
El trotskismo no puede apoyarse en “lo que fue” porque nunca ha sido. Y en esa vinculación melancólica con su referente, es que el trotskismo se vuelve un fenómeno fundamentalmente porteño y en su crisis identitaria y conspiracionista, profundamente argentino. Seguramente esto no alcanza para explicar minuciosamente el fenómeno, pero como decía el personaje de la “Chimoltrufia” de Chespirito “hay cosas que ni que”.
Entre los grupos más conocidos y activos se encuentran el Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS), el Movimiento al Socialismo (MAS), el Partido Obrero (PO) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) con sus diversas escisiones. Además de estos, existen otros partidos políticos menos conocidos que, también, participan en las elecciones nacionales. A saber, la Liga Socialista Revolucionaria (LSR), la Izquierda Socialista (IS); el Frente Obrero Socialista (FOS) y la Convergencia Socialista (CS).
Distintas alianzas entre estos partidos encabezan importantes centros de estudiantes y federaciones estudiantiles secundarias y universitarias, fundamentalmente, en Buenos Aires. Pero además, durante los años 90, Argentina ha sido el primer país de América Latina en contar con un congresista trotskista, Luis Zamora, en aquella ocasión referente del MAS. Hoy, solitario líder del primer partido vecinalista neotrotskista: Autonomía y Libertad (AyL), que ha obtenido sorprendentes resultados en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
A diferencia de otras tendencias, los trotskistas cuentan con una gran desventaja. En una supuesta mesa donde se sentaran los representantes de las más diversas ideologías que alguna vez hayan gobernado un pedazo de tierra y dirigido a un colectivo humano, podríamos encontrar una fauna numerosa y diversa: comunistas, stalinistas, leninistas, marxistas, castristas, guevaristas, maoistas, eurocomunistas, incluyendo a los defensores del socialismo vietnamita, yugoslavo, libio, chino o rumano.
Desde otra perspectiva, pero en la misma mesa, podríamos encontrar populismos y neopopulismos de distinto cuño, republicanos y monárquicos, liberales y conservadores, neoconservadores y neoliberales, socialdemócratas diversos, laboristas, nacionalistas, regionalistas, verdes, sionistas, islámicos (chiitas y sunnitas), budistas, católicos y demócratas cristianos, fascistas, nazis, neofascistas y neonazis y seguro que algunos otros que me olvido.
A pesar de las notables diferencias que existen entre estos grupos, todos ellos tienen algo en común: En algún momento, en un tiempo y espacio determinado, están en condiciones de aportar un ejemplo de gobierno que puede considerarse un referente de su ideología. Esto significa que se plasmó como opción de gobierno y desde allí modeló una sociedad (o intentó hacerlo), siguiendo los lineamientos previstos en dicho corpus ideológico.
Sin embargo, nunca pero nunca, hubo un Estado trotskista, ni siquiera por 5 minutos. Y esto puede estar relacionado con la misma trayectoria vital y política de su líder, León Trotsky. Estirando un poco las ideas de Maurice Duverger, podríamos afirmar que la forma en que un movimiento nace (como la infancia de un ser humano) influencia decisivamente los acontecimientos del resto de su vida.
Nadie sabe como hubiera sido la URSS liderada por Trotsky. Trotsky fue derrotado políticamente y luego asesinado mediante una conspiración urdida por Stalin. Fue tan bestial la política stalinista que podríamos arriesgar que, casi cualquier otra cosa, incluyendo al trotskismo, hubiera sido mejor que lo efectivamente hecho. Pero, a ciencia cierta, no lo sabemos. Y ahondar en “como hubiera sido si” sería ingresar en el mundo de la historia contra fáctica, tan atractiva como estéril.
Así, el trotskismo se convierte en una comunidad imaginada, utilizando el término acuñado por Benedict Anderson. La “comunidad imaginada” se define por la veneración de una mitología fundacional que se revive cotidianamente a través de distintos ritos que, una y otra vez, remiten a este momento mítico que no es posible superar y que condiciona cualquier presente. En la cabeza de los trotskistas, una y otra vez Stalin asesina a Trotsky y una y otra vez la conspiración del poder es la culpable de colocar al trotskismo en el terreno de lo que pudo ser (pero no fue).
El trotskismo se vuelve un movimiento utópico por excelencia. Sólo existe en la imaginación de cada uno de sus seguidores. Cada trotskista puede imaginarlo como lo deseé. “Imagina tu propia sociedad trotskista”. Al ser un grupo unido básicamente por la imaginación, se vuelve también más proclive a la ruptura y al disenso, también a las grandes frustraciones. Es que la imaginación es una práctica más bien individual y por ello pocas veces se logran materializar deseos imaginarios masivos, al unísono y satisfactorios para todos los soñadores. La realidad es el principal obstáculo de la imaginación.
Y este condimento de insatisfacción permanente se vuelve una característica propia de los trotskistas, por esto, sus huestes son fundamentalmente adolescentes e intelectuales. Además, ambos grupos generalmente están alejados de las rudas exigencias de la realidad y también, por eso mismo, hay tan pocos obreros y pobres trotskistas, más acostumbrados a lidiar con las penurias del presente que vivir esperando la concreción de fantasías recurrentemente incumplidas.
El trotskismo no puede apoyarse en “lo que fue” porque nunca ha sido. Y en esa vinculación melancólica con su referente, es que el trotskismo se vuelve un fenómeno fundamentalmente porteño y en su crisis identitaria y conspiracionista, profundamente argentino. Seguramente esto no alcanza para explicar minuciosamente el fenómeno, pero como decía el personaje de la “Chimoltrufia” de Chespirito “hay cosas que ni que”.